Este martes se conmemoran 208 años de la batalla de Guayabo. No se suele poner en suficiente valor la significación de ese combate
En dicho enfrentamiento los federales-republicanos al mando del Teniente Coronel Fructuoso Rivera, de 25 años entonces y ascendido a Coronel por ese triunfo -como había sido ascendido ya a Capitán por su conducta en las batalla de Las Piedras- derrotaron sorpresivamente a las fuerzas centralistas de Buenos Aires comandadas por Manuel Dorrego.
Paradójicamente, Juan Lavalle, quién ordenara 13 años después su muerte, era uno de los oficiales de Dorrego en Guayabos y estaba al mando del Regimiento de Granaderos a Caballo.
El joven Rivera, en inferioridad de condiciones frente a un ejército regular y ordenado, dio orden a sus fuerzas de caballería de desnudarse y avanzar en tropel. Dorrego cuenta, en su parte de batalla, cómo ante ellos el terror se apoderó de sus propios soldados, los que se precipitaron en desordenada fuga.
Más de 10 años después, en medio de las diferencias que tuvieron, Juan Antonio Lavalleja le escribirá a Rivera en una carta de acercamiento y le dirá que recuerde cuando juntos lloraron abrazados en “la noche de Arerunguá”, vísperas de Guayabos. Eran dos gurises haciendo la patria con la emoción de la responsabilidad y el coraje como respuesta.
El jefe federal-republicano era José Artigas, quién a raíz de esa victoria sobre el centralismo porteño establecerá la primera independencia de la Banda Oriental y constituirá la Liga Federal con Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Santa Fe y Córdoba con diferentes grados de ligazón.
Guayabos cambió todo.
De inmediato a esa batalla, y como consecuencia, los porteños abandonaron Montevideo, previo salvaje saqueo, la que habían tomado de los españoles sustrayéndosela mediante traición y sangre a los orientales.
Por sorpresa los porteños habían atacado en Las Piedras al destacamento artiguista, al mando de Fernando Otorgués, y lo habían diezmado de muerte, de modo de poder entrar los porteños de Alvear y no lo orientales al Montevideo español vencido.
Había empezado la guerra civil en territorio de la Banda Oriental y los centralistas dominaban ya el sur a partir de su victoria de Marmarajá.
Artigas aguardó en Aregunguá el resultado de la batalla, cerca de Guayabos -el arroyo Guayabos es un afluente del arroyo Aregunguá- organizando mujeres, niños y pertrechos para la retirada ante la eventual derrota, en contacto con sus numerosos aliados regionales.
Esa derrota hubiera sido letal para los republicanos.
“Victoria, victoria, victoria sobre los de Buenos Aires”, escribiría Artigas entusiasmado, al tener noticia del triunfo.
Rivera, el principal oficial artiguista, será nombrado, ante la invasión brasileña del año siguiente, 1816, Jefe del Ejército del Sur y luego Jefe del Ejército de la Banda Oriental.
Esa invasión brasileña cuadruplicaba al Ejército oriental y se hizo en connivencia con el gobierno de Buenos Aires. Puesto que el centralismo no nos pudo dominar, nos entregó.
La designación de Rivera como Jefe del Ejército nacional determinó que en 1817 el sector más aporteñado, entonces y siempre, se separara de la revolución, pasara vía Lecor a Buenos Aires con artillería y tropa y empuñara las armas contra el artiguismo, hasta la batalla de Cepeda que los enfrentara más de dos años después.
El mencionado sector lo integraban los hermanos Zufriátegui, Manuel Oribe e Ignacio Oribe, Francisco Giró y otros que luego formaran la logia Caballeros Orientales.
Habían nacido los bandos o partidos que signarían la realidad política oriental por los siguientes 180 años.
El decreto en el que el Gral. Artigas designa a Rivera fue cuestionado por Oribe, Bauzá y otros. Desobedecen y nombran en su lugar a Tomás García de Zúñiga como Jefe del Ejército. Artigas baja por última vez a las cercanías de Montevideo sitiado, fin de marzo a comienzos de mayo de 1817, para enfrentar la crisis.
García de Zúñiga, que había asumido como Jefe del Ejército, renuncia ante su no reconocimiento por Artigas.
Será luego tan abrasilerado que cuando Lecor deba irse, 1829, lo acompañará y morirá quince años después en Rio de Janeiro como ciudadano brasileño.
García de Zúñiga había sido uno de los diputados orientales que recibieran las Instrucciones del Año XIII.
García de Zúñiga, con la concesión de la exportación de carne, era uno de los hombres más ricos del país.
Como su hermano Victorio, socio de Rosas en tierras y ganado y Ministro de Hacienda de la Argentina bajo Balcarce, o su primo Mateo García, varias veces gobernador de Entre Ríos.
Ninguno de los tres bajaba de 250 mil hectáreas propias.
Artigas, pues, en las cercanías de Montevideo revisa, analiza, conversa y re confirma a Rivera como Jefe del Ejército del Sur, luego de todo el Ejército. Los centralistas entonces, con Oribe a la cabeza, desertan y se alían con el enemigo.
El decreto en que Artigas designa a Rivera como Jefe del Ejército será a la postre el acta bautismal del nacimiento de los bandos.
Para los colorados es el acta de fundación de nuestro Partido, vista la división que produjo en la revolución y el consecuente nacimiento de los bandos, después partidos, y lleva la firma del propio José Artigas.
Ese decreto implicó adhesiones y rechazos que alienarían las ideas en adelante.
Consigna, nada más y nada menos, el legado artiguista.
Rivera será el único que entenderá lo que Artigas llamará autonomía de la provincia.
Por eso resistirá la dominación de porteña del año 1826 y 27 y pide la baja cuando los porteños disuelven el batallón de Dragones Orientales, que era el ejército provincial que teníamos “desde los tiempos de José Artigas”, dirá Rivera.
Su campaña de las Misiones dará luz a la patria y por ello los uruguayos lo eligieron su primer Presidente.
Los 30 años siguientes a Guayabos verán la crudeza de ese enfrentamiento entre los federales de la libertad y los federales de la tiranía, pugna solo superada momentáneamente por el fugaz acuerdo del Arroyo del Monzón, en que convinieron en pelear ambos bandos contra los brasileños. Que ese fue el acuerdo incluso previo a la Cruzada, tratativas que testimonian Domingo Cullén, Francisco Lecocq y el propio Juan Manuel de Rosas.
En realidad la Cruzada Libertadora era un intento fundamentalmente de los orientales centralistas, los Caballeros Orientales, que nada tenían que ver con el federalismo republicano.
Habían atraído a Lavalleja, vía Trápani. Antes habían convidado a Rivera en 1823 que se había negado: el artiguismo no quería nada con Buenos Aires.
Ahora, 1825, Rivera creía que había condiciones para la revolución y resuelve pactar con los orientales centralistas y eso fue el Monzón.
Sin Rivera la Cruzada no tendría éxito.
Rivera todavía creía en su compadre Lavalleja, hombre ajeno a cualquier sistema de ideas.
En los próximos 25 años Rivera ya no confiaría en él. Después, antes de la muerte de ambos, Triunviros los dos por obra de Melchor Pacheco, Lavalleja reconoció el error de no haber puesto su espada al servicio del Partido Colorado, textualmente.
Las cosas no anduvieron bien nunca entre los bandos. Antes de Rincón, cinco meses después del desembarco, la primera victoria de la Revolución, los Caballeros Orientales habían aislado a Rivera de Lavalleja.
Veintidós cartas le envía Rivera a Lavalleja para preparar Rincón y Lavalleja no le contesta ninguna.
Diversas historiografías han edulcorado la relación entre los bandos orientales, disimulando la crudeza de décadas de enfrentamientos que giraban, nada menos, entre la afirmación de la libertad o su supresión, de acuerdo esta cancelación de la libertad, sin excepción, a los moldes del federalismo autoritario.
Paradójicamente 12 años después de esa batalla de Guayabos, en 1827, el General Dorrego ocupará la primera magistratura de la Argentina, siendo uno de los pocos federales-republicanos en esa época y en ese país.
Pueyrredón lo había exiliado en 1816 durante tres años, los que Dorrego pasó en Estados Unidos y se embebió del modelo federal del país del norte, colaborando con la prensa republicana.
Antes, todavía en Buenos Aires, se había hecho ya federal.
Dorrego había pasado de un oficial subalterno de la Provincia de Buenos Aires, cuando Guayabos, a una voz federal-republicana potente.
Después de entrevistarse con Rivera incluso autorizará, en 1828, la invasión a las Misiones, cuyo verdadero fin era la republicanización del Brasil.
Una de las más conmovedoras cartas de dolor y llanto de Don Frutos es cuando en diciembre de 1828 se entera en las Misiones de que han matado a Dorrego.
A lo largo de las siguientes décadas el principal enemigo de los federales-republicanos serán los federales-autoritarios.
Ese fue el eje del enfrentamiento. El Uruguay es el resultado del triunfo de los federales republicanos por sobre los autoritarios. Ni más ni menos.
Otro triunfo de Rivera –la Cagancha de la libertad de 1839, donde tres hijos de Artigas de tres madres diferentes pelearon junto a Rivera, José María, Juan Manuel y Santiago- lo hizo luego posible. La diplomacia colorada de Joaquín Suárez y Manuel Herrera y Obes terminaron después con Rosas y con su proyecto autoritario.
En Argentina nunca terminaron de derrotar a los autoritarios. Perón o los Kirchner no son otra cosa que re-figuraciones de Rosas, el que a su vez “restauró”, para decirlo con sus palabras, el autoritarismo virreinal. Juan José Sebreli le llama “reaccionarismo godo”.
Los unitarios nunca tuvieron ningún peso en Uruguay.
Apenas un centenar de hombres que ayudaron muy brevemente en alguna batalla en que los invasores doblaban a las fuerzas republicanas.
Echevarría, Mitre, Alberdi, Juan María Gutiérrez y otros exiliados por Rosas en Uruguay no eran unitarios sino liberales enfrentando una tiranía muy asesina. Solo unos pocos, los Varela por ejemplo, habían sido unitarios.
Trasladar a la historia uruguaya la oposición federales versus unitarios no tiene asidero y desfigura la realidad. Sirve al rosismo –un no a la libertad y un sí a la muerte diaria- al que el revisionismo ha puesto en un altar.
La historiografía revisionista ha logrado ignorar el verdadero eje que explica a los bandos y al país. Increíblemente no se enseña en las escuelas donde incluso se pasa un federalismo, el republicano, por su mortal enemigo, el autoritario.
Solo el renacer de la historiografía republicana colocará las cosas en su lugar y descifrará para las futuras generaciones el signo verdadero de la identidad uruguaya.
Los federales-republicanos argentinos fueron Dorrego y sus ministros Viamonte, Balcarce y el oriental Gral. Enrique Martínez, héroe de las independencias de Argentina, Chile y Perú, los llamados “lomo negro” por sus levitas.
Enrique Martínez, luego de ser Ministro de Guerra de la Argentina, estuvo al lado de Rivera dirigiendo la batalla de Cagancha y fue Ministro de Guerra de Fructuoso Rivera y de Venancio Flores.
Los federales autoritarios argentinos fueron Juan Manuel de Rosas, Manuel Oribe y una serie de gobernadores rosistas de las provincias, que apoyaron a Rosas a cambio de poder ejercer un autoritarismo local.
Guayabos fue trascendente en la historia del Uruguay.
El federalismo-republicano artiguista, para empezar, se legitimó en la región a partir de esa victoria. El federalismo-republicano nació militarmente en Guayabos.
Y se expandió a partir de ese heroico 10 de enero. Guayabos, pues, hizo posible la primera independencia de la Banda Oriental, la Liga Federal, y la identidad federal-republicana del Uruguay.
El prestigio del General Rivera, que había comenzado la lucha por la libertad antes incluso que Artigas en el Grito de Asencio, nació en Guayabos y determinó dos años después el nacimiento de los partidos políticos que conjugaron la identidad nacional.
Los federales-republicanos eran de origen rural en general. El puerto dio otros fenómenos, el monarquismo en medio de la revolución, el centralismo, el autoritarismo de un federalismo centralista.
El republicanismo oriental nació en la Instrucciones del año XIII, dos años antes, pero se proyectó en el mapa de la región a partir de Guayabos.
El proyecto de Rivera del republicanismo federal, heredado de Artigas, tal vez alcanzara su punto máximo 27 años después, cuando logró hacer el llamado “Uruguay mayor” en 1842 con Rio Grande del Sur, república de Piratiní, independiente del Brasil entre 1835 y 1845, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, con la adhesión como observadores de Santa Fe y Córdoba.
Esa llamada “quíntuple alianza” fue derrotada por el General rosista Manuel Oribe en la batalla de Arroyo Grande el 6 de diciembre de 1842, con su rutina de asesinato en masa de los prisioneros, tal vez por algunas defecciones en el bando federal republicano que se produjeron el día antes de la derrota.
Guayabos entonces generó dos dínamos de gloria de la nacionalidad oriental: la expansión regional del federalismo republicano y la figura sin par de Don Frutos Rivera.
La patria en suma.
¡Viva la victoria de Guayabos! ¡Viva don Frutos Rivera!