miércoles, 1 de noviembre de 2023

Es posible una regeneración de la política?

Los problemas que nos aquejan como sociedad política son inseparables de aquellos éticos y morales que nos conciernen. 

En una era de relativismo e individualismo, la dignidad humana corre riesgo de desaparecer bajo el manto de una falsa ecuanimidad. 

La corrupción no es un problema reducido a los actores políticos, sino que quienes están en cargos de representación son un reflejo de los valores dominantes de una sociedad y de los criterios naturalizados para la toma de decisiones. 

Sin lugar a duda, tiene mayor responsabilidad quien puede provocar daños a mayor escala y aquellos cuyas decisiones impactan sobre muchas más personas. 

Y por ello ponemos el foco en quienes nos representan. 

La mentalidad dominante admira a quienes consiguen sus objetivos, persiguiendo sus intereses egoístas, por medios deshonestos, siempre y cuando no sean descubiertos. 

Hoy no se condena el egoísmo, sino que lo se enaltece, aunque se usen otros términos para elogiar quien primero piensa en sí mismo antes que en el bien de los otros. 

Las crisis económicas y políticas son precedidas por una crisis moral.

 El respeto como condición 

El respeto a los demás es mucho más que buenos modos, sino que es condición esencial para el desarrollo de los vínculos humanos y para la convivencia social. 

Varios analistas de la sociedad contemporánea ven en las faltas de respeto uno de los síntomas de una sociedad enferma, de una crisis de la civilización. 

Y, de hecho, todas las injusticias y corrupciones se deben a la falta de reconocimiento del valor de la vida de los demás, del reconocimiento de su dignidad inherente, en una palabra: del respeto por el otro porque es persona, independientemente de su condición, su identidad, su posición social o su situación vital. 

Así lo definió Erich Fromm: «Respeto es la capacidad de ver a una persona tal cual es, tener conciencia de su individualidad única. Respetar significa preocuparse porque la otra persona crezca y se desarrolle tal como es». 

Dignidad 

Toda injusticia manifiesta una radical falta de respeto hacia quien la padece. 

Y cuando la falta de respeto se extiende a todos los niveles de la vida, desde la familia, la educación, el trabajo y los medios de comunicación, no es de extrañar que la conducta política sea naturalmente irrespetuosa con la dignidad de los más débiles y atropelle naturalmente la vida humana. 

Según un especialista en historia del derecho, Aniceto Masferrer, la raíz fundamental de la falta de respeto a la dignidad de los otros tiene su causa en la hipertrofia del subjetivismo, de esa actitud narcisista que busca satisfacer el ego en todo lo que hace, dice o piensa, lo cual le lleva a creerse superior al resto y por ello a despreciar todo lo que no sea él mismo. 

En una sociedad hiperemotivista, en que los sentimientos personales tienen la última palabra, lo único que importa es no herir los sentimientos, pero la dignidad humana pasa a ser relativa. Ética pública y conflicto de valores 

La ética pública es el conjunto de creencias y valores compartidos y asumidos mayoritariamente por una sociedad. Y son esos valores intangibles los que sostienen la confianza en las instituciones. 

Pero un problema que se ha agudizado es que, en sociedades polarizadas, adversarios políticos presumen de ser liberales, tolerantes y abiertos. 

Al mismo tiempo acusan a quien piensa distinto de dogmático, intolerante y peligroso. 

Es decir, se predica una actitud liberal que no se practica. Se es tolerante solo con quien piensa del mismo modo, o se presupone que solo los adversarios quieren imponer su moral, mientras que los propios son neutros y no imponen ninguna visión ética.

Todo esto es muy ingenuo, pero pasa desapercibido muchas veces en las discusiones públicas, porque toda propuesta política se sostiene en presupuestos antropológicos y éticos. 

No hay proyectos de ley que no tengan una perspectiva moral de la vida como trasfondo. Pero los valores éticos de una sociedad no debería configurarlos el Estado, sino los propios ciudadanos.

Lamentablemente, en contextos de supuesta laicidad del Estado se imponen agendas morales como pretendidamente neutras. 

Ello genera cada vez más conflictos sociales de resistencia a la imposición del Estado de una determinada perspectiva moral sobre cuestiones en las que no hay un consenso social. 

Ciudadanos críticos 

Para que exista un sano debate de ideas y una madurez democrática, se necesitan ciudadanos más maduros y críticos, que cuando asuman cargos de gobierno no sean adolescentes crónicos enfrascados en batallas emocionales y blindados en su reputación de iluminados, sino que aprendamos todos a convivir con las diferencias y a crecer aprendiendo también de lúcidas oposiciones, a reconocer y respetar a los otros como seres merecedores de nuestra valoración, aunque sean adversarios políticos y no pensemos como ellos. 

El problema está en una inversión a largo plazo en toda la vida social y educativa. 

En fortalecer otros ideales que apasionen y no todo se reduzca a ampliar la libertad individual y vivir para sí mismo sin importar qué sucede con los demás. 

Un primer paso es tomar conciencia de la crisis ética de sociedades que van perdiendo la confianza en los otros y donde el individualismo los va aislando y haciendo imposible pensar junto a otros el bien común. 

Algunas luces en el camino 

Masferrer sostiene que se necesitan cuatro grandes principios morales para llevar a cabo una regeneración política y social: verdad (no mentir), justicia (no robar ni malgastar), igualdad (no discriminar) y libertad (no permitir injerencias indebidas al ejercicio de libertades fundamentales).

Sus propuestas me recuerdan a algunos consejos del canciller federal alemán Konrad Adenauer que traigo a la reflexión para iluminar estos cuatro principios:

 «La mentira es una política muy mala, una política muy costosa, porque en el fondo todo se basa en la confianza» (K. A., 2022, p. 80). 

Cuando la verdad no importa, se falsean los hechos y nadiecondena la mentira, se naturaliza como parte de la vida política. 

No falta hasta quien lo aconseje a quien da sus primeros pasos en un partido político. 

Pero, a la larga, la mentira es siempre incompatible con la confianza pública hacia quienes tienen sobre sus espaldas grandes responsabilidades. 

Si la sociedad castigara más duramente cuando un político no reconoce sus errores, cuando falsifica información, cuando no reconoce los aciertos de sus adversarios, cuando no es transparente con quienes representa, la mentira ya no sería para muchos una natural forma de vivir la vida política. 

 Confianza 

 «No solo en la vida de cada persona, sino también en la vida de los pueblos, la confianza mutua es la base de todo trabajo y de todo éxito compartido». (K. A., 2022, p. 21) La confianza se construye como el sostén de toda la vida social, económica y política. 

Y quien roba o malgasta, quien se aprovecha de su cargo público para enriquecerse o despilfarrar, se vuelve destructivo. Pero más lo es cuando en la sociedad eso se ve como un ideal para quien ostenta un cargo público y que no le descubran. Por ello, un cambio de mentalidad tan profundo debe empezar en toda la ciudadanía, y no se logra mágicamente, sino con el ejemplo. 

Democracia 

 «La democracia es más que una forma parlamentaria de gobierno. Es una cosmovisión arraigada en la concepción de la dignidad, el valor y los derechos inalienables de cada persona. 

Una verdadera democracia debe respetar estos derechos inalienables y el valor de cada individuo en la vida pública, económica y cultural» (K. A., 2022, p. 12). 

No reconocer la dignidad inherente a todo ser humano, no reconocer que toda vida tiene el mismo valor y merece el mismo respeto, es la raíz de toda forma de discriminación. 

Cuando en nombre de una libertad como fin en sí misma, lo único que importa es que «cada uno haga lo que quiera, siempre y cuando no afecte a otros», olvidamos que muchos son los que, por su condición de vulnerables, «libremente» pueden elegir lo que les ofrecen, porque no respetan ellos mismos su dignidad. 

La peligrosa idea de que cada uno es dueño de su vida, como si fuera un bien de consumo, podría hacernos olvidar que todos somos responsables de que se respete la dignidad de todos, especialmente de los más vulnerables y reconocerlos como valiosos, aunque ellos no lo hagan. 

No en vano la idea de dignidad se sostiene desde Kant en la diferencia entre bienes y personas. Los bienes son cosas y no tienen dignidad, pero las personas no se compran ni se venden, no son bienes, porque tienen dignidad. Son fines en sí mismos. 

La hipocresía de disfrazar de «decisiones libres» a quienes no se les trata con justicia se ha vuelto el pan diario de políticas y leyes discriminatorias, que tratan a seres humanos como vidas sin valor social. Derechos inalienables

 «El Estado no tiene derechos absolutos. Su poder está limitado por la dignidad y los derechos inalienables de la persona». (K. A., 2022, p. 14). 

Los ciudadanos no debemos permitir injerencias indebidas al ejercicio de libertades fundamentales.

Porque cada vez más se presentan proyectos de ley que parecen desconocer la Declaración Universal de Derechos Humanos. 

Y con la excusa de nuevos derechos, se puede violentar la intimidad de las personas y desconocer sus derechos fundamentales.

El Estado no crea ni concede derechos humanos, sino que los reconoce y los debe proteger. 

Cuando se limitan las libertades de expresión, de conciencia, de prensa, de educación, es un claro abuso de poder, puesto al servicio de una ideología.

 Miguel Pastorino 

Doctor en Filosofía. Magíster en Dirección de Comunicación. 

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