domingo, 17 de septiembre de 2023

Trabaja en el puerto, abrió una verdulería, estudia fotografía y sueña con salir del asentamiento donde vive

Eva tiene ocho hermanos y las seis mujeres tuvieron que abandonar el liceo porque necesitaban trabajar para poder comer. Empezó cosechando maíz en campos cercanos al barrio -“lo más duro fue el calor del verano, estar de 8 a 17 horas sin sombra”, asegura-, y fue niñera a sus 15 años. Trabajó en quintas y este año su madre la ayudó a entrar al puerto, donde primero hizo tareas de etiquetado, y cuando su jefa supo que estudiaba fotografía, la recomendó para sacar fotos a la mercadería.
Eva, su madre y dos de sus hermanas hacen changas en el puerto y un par de meses atrás Eva decidió abrir una verdulería para complementar sus ingresos: “Quería inventar algo porque el puerto, si bien me ayuda en lo que es comida, no me alcanza. A veces paso dos semanas sin trabajo y algo tengo que hacer mientras, sino no sobrevivo. ‘En algo tengo que invertir’, dije, y se me ocurrió lo de la verdulería. Y hasta que no lo hice no paré”, cuenta. Vendió una moto que tenía a cuatro mil pesos y con eso hizo el primer pedido de verdura. 

Luego, consiguió una balanza prestada, compró cajones, bolsas y “a golpe y porrazo” instaló su negocio en un ranchito que le prestó su hermano Rafael en Nuevo Comienzo. Está convencida de que aprender cosas nuevas es la base del éxito así que el año pasado se propuso terminar los estudios y convenció a tres de sus hermanas para retomar el liceo. 

Trabaja durante el día y a las 18:00 asiste al liceo N°61 del Cerro donde cursa quinto Humanístico. En plena pandemia se cruzó con el fotógrafo Julio “Pata” Eizmendi en el barrio Nuevo Comienzo y su vida empezó a cambiar.

 “Venía siempre a ayudar a la gente, traía donaciones, lo vi con la cámara y me enamoré”, revela Eva sobre su pasión por la fotografía. Pata se involucró con la comunidad de Nuevo Comienzo cuatro años atrás, cuando se formó el asentamiento y adoptó a Eva como ahijada. 

La joven lo observaba sacar fotos, lo acompañaba y cuando le contó de sus ganas de ser profesional, él se encargó de conseguirle una beca en Casa Arbus para que pudiera estudiar, una cámara y una computadora. 

“Es muy metedora, emprendedora y madura”, comenta el fotógrafo, a la vez que elogia el “ojo resiliente” de su ahijada y su capacidad para transmitir compromiso en cada imagen que captura. Eva hizo dos cursos de fotografía y este mes arranca audiovisual. 

“Estoy cumpliendo mis sueños. Me gustaría dedicarme de lleno a la fotografía y tener mi propio estudio. Con esfuerzo todo es posible”, dice convencida esta fanática de los retratos. Y defiende la formación a capa y espada: “Ganas de estudiar siempre tuve pero no había tiempo, tenía que trabajar. El año pasado arranqué con fuerza y con el chip de que a pesar de las circunstancias no me permitiría abandonar”. Nació en el Chuy y guarda los mejores recuerdos de su niñez en Rocha. 

“Vivíamos en una casa en el monte y teníamos todo ese espacio para jugar con mis hermanas”, repasa. Su padre era cartonero, su madre limpiaba casas y se mudaron a la capital cuando Eva tenía 7 años en búsqueda de trabajo. Se afincaron en el barrio Maracaná y luego en Las Flores. Hace cuatro años, Eva se instaló con parte de su familia en Nuevo Comienzo, cuando el barrio nacía, y no había luz, agua, ni ranchos, y la gente dormía debajo de lonas.

 “Era venir y agarrarse un espacio, se separaba todo con hilos y yo me vine con mi padre, mi hermano y una de mis hermanas a dormir bajo una lona. Era levantarse a cortar el pasto para hacer un rancho. Mi madre no quería que estuviera acá sin poder bañarme entonces volví a Las Flores”, relata. Retornó al asentamiento en julio de 2023, cuando su hermano Rafael le prestó un ranchito. 

“Me vine por problemas familiares, me quise independizar”, dice. El lugar estaba abandonado, lleno de polvo y no tenía piso, así que Eva colocó una alfombra sobre la tierra hasta que la fundación Piso Digno se enteró de su historia a través de su cuenta de Twitter @EvaDiana33 -donde comparte su día a día y sus proyectos con sus más de 2.600 seguidores- y decidió ayudarla con un piso.

Recibe incontables muestras de apoyo vía redes sociales y muchas donaciones para cumplir el sueño de armar su casa: compró un rancho de chapa y palos a cuatro mil pesos en el barrio y lo está arreglando para poder mudarse. 

Le donaron pallets, chapas, una heladera, un mueble que le llegó con esmaltes, perfumes, cremas y útiles para el liceo en cajones. 

 “Tengo que arreglarlo porque es una tapera”, dice y confirma que hay un par de arquitectos dispuestos a ayudarla a refaccionar el que será su nuevo hogar, aunque no el definitivo, ya que asegura que no quiere vivir en un asentamiento toda la vida:

 “Me gustaría salir de este lugar y poder viajar”.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario