Salió del trance con vida, pero quedó en estado vegetativo.
A partir de ese momento, la mujer pasó los siguientes 31 años en el silencio de una cama en una casa de reposo, hasta el pasado jueves, cuando falleció a consecuencia de un problema pulmonar.
Pese a que tras el accidente jamás recobró la consciencia, Miriam nunca estuvo sola, porque su esposo Angelo nunca dejó de estar a su lado. La visitó todos los días, con la sola excepción del tiempo en que, debido a la pandemia, le prohibieron el ingreso. “Lo haría todo de nuevo”, afirma el viudo en declaraciones al periódico local La Repubblica.
“Estoy bien, ahora me siento ligero, porque sé que Miriam ha dejado de sufrir. Estos últimos 40 días han sido terribles: primero un derrame pleural, luego una serie de complicaciones y hasta dos paros cardíacos”, cuenta Angelo, que tenía 26 años cuando su esposa se accidentó.
“Al principio era la esperanza lo que me animaba. Pensé que, tarde o temprano, ella despertaría. El 24 de diciembre de 1991, los médicos dijeron que no llegaría al día siguiente y en cambio logró sobrevivir. Después de tres meses se le quitó el respirador, porque se las arreglaba sola”.
Pese a esas alentadoras señales, la mujer nunca se recuperó. “Después del accidente, su cerebro estaba comprometido en un 95%”, cuenta su compañero.
Tras la tragedia, acaecida 16 meses después de la boda, Angelo tuvo claro que Miriam, a pesar de su estado de salud, seguía siendo su esposa. Y no quiso cambiar eso.
“Decidí enseguida quedarme allí junto a ella, para siempre, hasta el último de sus días. Podría haber pedido la nulidad del matrimonio en la Sacra Rota (tribunal apostólico en el Vaticano) pero nunca quise hacerlo. Miriam siguió siendo mi esposa”, cuenta.
“Fue muy difícil, no es una situación fácil de aceptar, yo tenía mucha rabia dentro. Una chica tan hermosa, buena y especial no debería haber terminado así”, comenta con dolor.
Consultado sobre la frecuencia de sus vistas, cuenta cómo fue su rutina por más de tres décadas.
“Iba todos los días, durante el almuerzo, por lo menos quince minutos. A veces lograba ir incluso por la noche, antes de la cena, y entonces me quedaba más tiempo. También iban sus hermanas Rosanna y Carmen, con sus respectivos esposos, y también mi suegra María, que nos han acompañado todos estos años”.
Durante esas visitas, trataba de hacer contacto inútilmente con su esposa, y le hablaba con naturalidad. “Le contaba los acontecimientos del día, lo mismo que hubiera hecho si la hubiera encontrado en el salón de casa al regresar”.
Y si bien la mujer no podía escucharlo ni responderle, Angelo no está seguro de que su esposa estuviera tan aislada como decían los doctores.
“Según los médicos no había actividad cerebral, pero nosotros [la familia] veíamos algunas pequeñas señales de vez en cuando. Algunas veces hacía una mueca particular cunado yo entraba a la habitación, y en no pocas ocasiones vi caer una lágrima”, describe.
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