sábado, 8 de octubre de 2022

¿Quién apretó el gatillo del arma con que se asesinó al presidente Idiarte Borda?

El 25 de agosto de 1897, culminado el Tedeum en la Catedral de Montevideo que con motivo del aniversario de la Independencia se realizaba año a año, el entonces presidente de la República, Juan Idiarte Borda, se dispuso a atravesar caminando la plaza Matriz junto a las principales figuras de su gobierno, para participar de los festejos en el histórico edificio del Cabildo, cuando de la multitud que participaba de la fiesta patria, sale a su encuentro un joven llamado Avelino Arredondo, quien extrajo un revólver de su ropa y le efectuó un disparo a escasa distancia. 

Acompañaba al presidente, Mariano Soler, que en su calidad de arzobispo metropolitano, había oficiado la ceremonia religiosa. 

El Bien, uno de los periódicos de la época que tal vez era el que sentía menos encono por la ilustre víctima, nos brinda esta narración de lo sucedido: “Incorporado el señor Arzobispo y en momento que este estrechaba la mano al señor Stewart, se oyó una detonación de arma de fuego, seca, breve. El señor Arzobispo al oír la detonación miró al señor Idiarte Borda y viendo que se colocaba las manos en el pecho preguntó qué tenía, manifestando el presidente que se moría. Monseñor Soler le dijo entonces, ¿quiere que le dé la absolución señor presidente? A lo que el herido contestó afirmativamente. Dispóngase entonces, le dijo el digno Prelado, haga arrepentimiento de todos sus pecados e invoque el nombre de Dios. El señor Idiarte Borda, dijo entonces: ¡Dios mío! Esas fueron sus últimas palabras pues fallecía en momentos que nuestro Metropolitano lo absolvía…” 

Se consumaba así el primer magnicidio de nuestra historia, dado que lo acontecido casi 30 años antes con los asesinatos de Flores y Berro -el mismo día- no encaja bien en la formalidad del término, porque no se encontraban en el ejercicio de la primera magistratura, si bien el primero apenas hacía cuatro días que había finalizado su mandato. 

Este hecho de sangre no ha sido analizado en forma objetiva ni por los testimonios contemporáneos, demasiado tensados por el fragor de guerra civil y por la lucha en controlar la supremacía del Partido Colorado. 

Y mucho menos por la historiografía posterior, que muchas veces ha querido restarle importancia, cuándo no, mostrar este luctuoso episodio como un acto de generosidad y arrojo por el autor del disparo. 

En esos tiempos que episodios similares acontecían en el mundo, era fácil fabricar una aureola de idealismo. 

Nadie se detuvo a pensar que el joven Arredondo no profesaba la ideología ácrata, ni tampoco pertenecía al enconado bando de los doloridos blancos en pie de guerra. 

¿Cherchez la femme? 

Más bien habría que hurgar entre los perjudicados manipuladores financieros que con la creación del Banco de la República Oriental del Uruguay, creado un año antes, se le cercenaba notorios privilegios, entre ellos, la prohibición de emitir papel moneda. 

Que cuando las cosas venían mal, siempre acudía una disposición gubernativa en “curso forzoso” en su auxilio. 

Del cotidiano El Bien del 27 de agosto de 1897: 

"En cuanto al joven Avelino Arredondo, según los datos que hemos podido obtener, parece que es un muchacho de antecedentes que lo indicaban como tranquilo y pacifico; era además honrado trabajador, a estar a los informes que nos ha suministrado el ultimo de sus patrones, don José' De Matteis, propietario del almacén de la Vuelta situado en la calle Misiones y Reconquista. En dicho almacén estuvo empleado Arredondo hasta el mes de Febrero, habiendo cumplido perfectamente con sus deberes durante los cinco anos que estuvo al servicio del señor De Matteis."

El tiro fue' disparado de cerca, y el proyectil entro' oblicuamente, produciendo una hemorragia interna que causo' la muerte casi instantánea. El rostro adquirió' un tinte pálido y los miembros adquirieron la rigidez del cadaver. 

El doctor Fernández Espiro, que tambien concurrió' a la jefatura, extrajo conjuntamente con otros facultativos el proyectil homicida. 

Momentos después el cadaver era pasado al despacho del jefe político, siendo cubierto con la bandera del batallón Urbano.

Mas tarde se acordó llevarlo a la casa de la familia subiéndolo a la casa de la familia subiéndolo al carruaje el señor Gregorio Sánchez y el señor Alfredo Nebel, que lo acomodaron en el, colocándolo en el asiento de atrás; el de adelante lo ocupaba el joven Juan Odiarte Borda, que llego  al cabildo momentos antes y que conoció la noticia del modo mas casual.

Fue el primer miembro de la familia que supo la fatal nueva.

Realizado su intento, el asesino fue' rodeado por un grupo compacto de gente, lo que impidio' que uno de los lanceros de la escolta lo ultimara y consiguió que solo le hiriera levemente de un puntazo en la cabeza y otro en el hombro derecho.

Mientras el soldado se obstinaba en matarlo, se oyeron voces de "que lo mate", "que no lo mate". El ministro de Gobierno intervino entonces y el lancero ceso  en su empeño.

Arredondo aparentaba la mayor sangre fría y cuando se hicieron cargo de el los empleados de policía señores Russo, Salmerón, Rousserie y Resucho, cuentan que les dijo: "No se apuren, yo no me voy".

Una vez en el Cabildo fue conducido a un calabozo con las formalidades de practica.

En seguida el juez de instrucción doctor Bastos principio' a levantar el sumario

Preguntando sobre cual era la causa que lo había inspirado a atentar contra la vida del presidente, dijo: "Lo he hecho porque entendía que así haría la felicidad de mi pais; no tenia con el ni con los sayos ningún resentimiento personal".

Preguntando a que partido político pertenecía, dijo ser colorado, pero, ni exaltado ni intransigente, y agrego', que condenaba la revolucion y que a su juicio el anarquismo era un crimen.

Todo esto lo dijo con el tono de un hombre convencido y acusando una presencia de animo sorprendente.

Respecto del arma nada se le ha podido hacer declarar, pues se limita a decir que la encontró tirada en la calle, cargada con las doce balas de que estaba munida.

Dejo entrever tambien que el fracaso del atentado de Rabecca contra el señor Idiarte Borda, fue lo que le hizo demorar hasta anteayer la consumación del suyo.

       A pesar de sus bemoles, Juan Idiarte Borda fue un presidente realizador, que, más allá de que sea debido a sus obras de gobierno o a sus enfrentamientos con la oposición del Partido Nacional –y más aún con sus correligionarios colorados– ha sido un mandatario que no pasó sin dejar huella en la historia uruguaya. 

Su carácter, que en parte responde al estereotipo de vasco tozudo, además de carecer de agudeza para la maniobra política y de ser frontal e indiferente ante las finezas de la diplomacia, le valieron más que sus obras o sus ideas, llevadas a cabo desde la Presidencia o cuando aún no había logrado acceder a ella. 

Sin embargo, sus verdaderos Talones de Aquiles han sido la poca habilidad con la cual modelaba y mantenía su imagen política, y la irrupción en prácticas políticas que ya en su época no se estaba dispuesto a tolerar

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