miércoles, 24 de agosto de 2022

Quedó cuadripléjico jugando rugby: hoy camina y creó una ONG que ayuda a niños con discapacidad

 


“Llego más tarde”. Eso fue lo último que les dijo su padre por teléfono el lunes 12 de septiembre de 1978. Nunca volvió a su casa. Al día siguiente apareció muerto. Jamás se supo por qué lo mataron ni quienes fueron los autores. Gustavo Sáenz tenía 5 años, y la noticia fue devastadora. Nació en Carrasco, Montevideo, en una típica familia uruguaya de ese barrio: la casa a tres cuadras de la playa, el jardín de infantes de Miss Aline, donde la mayoría de sus compañeros lo serían más tarde en The British Schools. Su papá era contador y, a la vez, un hombre de campo. Su madre, era por entonces ama de casa. Llevaban 11 años de casados. Y se tuvo que hacer cargo de sus cuatro hijos: de 11 años el mayor y de 3 la menor. Empezó a trabajar en el campo. “Lo de papá nos derrumbó. Mi madre se tuvo que arremangar. 

Y nunca le vi quejarse ni llorar”, cuenta hoy, a los 49 años y después de una vida de lucha. La época del colegio debía ser hermosa, pero fue dura. “No me echaron porque conocían mi historia y me querían ayudar. Fue una etapa de rebeldía total. Estaba peleado con la vida. Vivía en la Dirección. Me suspendían y me mandaban en taxi a mi casa”, recuerda. Por esos años le daba vergüenza cuando le mandaban una nota para que la firmara su madre: “Ella no estaba siempre, porque se iba al campo.
Entonces falsificaba la firma o le pedía a la señora que nos cuidaba que firmara como si fuera mamá”. 

A los 9 años hizo el primer click: “Fue cuando expulsaron del colegio a un amigo, Nico. Me tendrían que haber echado a mi, pero lo hicieron con él. Ahí cambié. Me sentí responsable por haber perjudicado a un amigo. Empecé a estudiar, a destacar en los deportes, llevé la bandera, me nombraron Capitan, me involucré totalmente y pasé lindos momentos. Tanto, que me costó horrores cuando lo dejé y empecé en una universidad pública. A veces uno, cuando es chico, no se da cuenta de las comodidades que tiene. Ahí sentí mucho la ausencia de mi padre. También cuando tuve que decidir mi carrera, o cuando precisaba algún consejo sentimental. Mi madre fue fantástica, pero hay veces que uno precisa la presencia y la charla con su padre. Hasta el día de hoy lo extraño”.
Lo poco que vivió junto a él lo rescata en una actividad que heredó casi como un mandato: la colombofilia. “En casa teníamos un palomar. Él nos enseñó el oficio y después de su muerte, mi hermano y yo seguimos con el palomar. Siempre estoy mirando hacia arriba buscando palomas, como en aquellas épocas de las carreras los fines de semana, nos pasábamos horas mirando al cielo a ver cuándo esa paloma llegaba del lugar de la suelta. Las palomas se sueltan en distintos lugares y siempre vuelven al palomar que es su casita. Cuando voy a lo de mi madre a veces me siento en el jardín a mirar el cielo y cuando aparece alguna paloma en seguida la identifico con mi padre. Es lo que me une a él, es como decir ‘viejo, sé que estás ahí'”. 

A pesar de haber nacido en Carrasco, a Gustavo siempre le gustó la calle. Cuando su madre se iba al campo durante varios días, junto a sus hermanos se quedaban a cargo de la empleada y el jardinero. Le gustaba preguntarles cómo era la vida fuera de su mundo acomodado. “A los 10 años la curiosidad pudo más, me tomé el un ómnibus y me fui a recorrer Montevideo. Era otro mundo para mí. Fue la primera vez que vi un barrio carenciado, recorrí las avenidas principales”. 

A esa edad también tomó una decisión fuerte para un chico: “Decidí averiguar por qué mi padre no había vuelto y acompañado por un policía fui a la Biblioteca Nacional y pedí todos los recortes de los diarios de la época. Y cuando los tuve delante, recién ahí comprendí que mi padre no iba a volver, que no lo iba a ver más. No los quise leer y me fui”. Pasada la etapa de rebeldía, Gustavo tomó el camino inverso y se recluyó: “Me volqué mucho al estudio, al deporte y no tanto a los amigos. Me gustaba estar en mi casa, acompañar a mi madre. Me decían “el jubilado” porque me gustaban mucho la jardinería y la carpintería. Me encerré mucho en ese escritorio donde mi padre trabajaba. Mis amigos me venían a buscar, pero no me gustaba salir y eso pasó, te diría, hasta los 18 años. Fueron años de mucha introspección, de muchas preguntas sin respuesta. No lo podía hablar con mi madre porque la veía lastimada y tampoco con mis hermanos, porque ellos decidieron no hablar del tema nunca más. La cuestión es que esa época de las fiestitas me la perdí. Yo estaba en otra”. 

Lo que no se perdía era el deporte. Se destacaba en atletismo y rugby. “Siempre ganaba los cross country en el colegio, y era bueno en las carreras de 100 y 400 metros. Y en rugby me defendía, era grandote, tenía fuerza. Jugué de pilar, de segunda línea y hasta de tercera y de wing, pero me daba pereza taclear y tenía medio manos de manteca. Para decirlo claramente, no me enamoré del rugby. Lo tomaba como una materia más del colegio”.
La vida de Gustavo transcurría con ese gran dolor desde el inicio, pero sin mayores sobresaltos. Cuando terminó el colegio hizo un largo viaje por los Estados Unidos. Cuatro meses después regresó. El rugby había pasado al olvido, pero igual entrenaba, salía a correr a diario. Hasta que llegó el 23 de abril de 1994 y la segunda trompada que le dio la vida. Una de knock out. La noche anterior, un viernes, salió junto a un amigo que le pidió que lo acompañara a un restaurante, donde su novia cenaba junto a una amiga. Lo recuerda como si fuera hoy: “Nos sentamos en una mesita de afuera que estaba contra la escalera. Había una chica con discapacidad en silla de ruedas y yo no me animaba a mirarla mucho. Como a las 12 de la noche, mi amigo me dice ‘vamos a seguirla a otro boliche’. En esa época estaba El Alma, y le respondí: ‘Mañana no tengo nada, así que vamos’. 

Cuando subí al auto le dije: ‘Qué difícil debe ser estar en silla de ruedas siendo tan joven. Si me pasara a mí me muero’”. Se acostó a las 3 de la mañana. Al día siguiente se despertó alrededor de las 11.30. Se tiró en un sofá a ver tele. Tenía un poco resaca, estaba cansado. Mientras esperaba el almuerzo sonó el teléfono. “Me avisaron que había un partido de rugby contra otro club y que les faltan uno o dos jugadores. La verdad es que no quería ir, pero me insistieron y terminé yendo para correr un poco y sacarme la resaca”. La memoria de Gustavo se vuelve milimétrica. “Jugamos en la cancha del club del colegio. Empezó el partido y yo arranqué jugando de ala. Lo llevé bien el primer tiempo, pero a los 20 del segundo me empecé a cansar y en un momento le digo a un compañero, que estaba jugando de wing: ‘Vení a jugar de ala que yo ya no estoy para empujar’. 

No habrán pasado más de 2 o 3 minutos que el full back de Old Boys patea una pelota larga y sale todo el equipo para adelante y yo me quedo atrás. Devuelven la patada y la pelota fue al medio, hacia el ingoal. Yo salí a cubrir porque vi que uno de los contrincantes se había despegado y venía a buscarla. Cuando vi que no llegaba me tiré a cubrirla y al mismo tiempo él la quiso patear. Sentí un golpe en la nuca, un shock eléctrico, un chucho de frío, caí boca abajo y ya no sentí más el cuerpo. 

Me quise incorporar y fue imposible. Estaba Martín Stefani , un médico, que enseguida me asistió. ‘Es algo de columna’ me dijo. Llamaron a una ambulancia, que llegó bastante rápido. No tenían collarete. Me subieron y me llevaron al Hospital Británico. Me acuerdo de los aplausos cuando me estaban subiendo a la ambulancia, serían las 4 de la tarde”. 

En 1994, la resonancia magnética era lo más avanzado que había. Le hicieron una tomografía y se dieron cuenta que algo grave le sucedía en las cervicales. “Me cortaron la camiseta y vi que empezaban a llegar mis hermanos, mi madre estaba de viaje. Me metieron en el tubo para hacer la resonancia y me desmayé. Cuando me desperté era de noche y tenía un dolor imponente. Me habían colocado un collarete con pesas en mi cabeza para desinflamar la zona. Me dolían las piernas, no las podía mover. Abrí los ojos, vi a un tío y un primo y les pedí desesperados que me hicieran masajes en las piernas porque no podía más del dolor. Y me volví a dormir”. 

El resultado de los estudios fue que tenía dos vértebras cervicales rotas, la cuarta y la quinta, con desplazamiento del disco e impacto en la médula espinal. Cuando se despertó por segunda vez estaba en una cama de terapia intensiva, con las suturas de una operación y rodeado del “pi pi pi” de los aparatos. Quiso moverse y no pudo.

Al primer médico que vio le preguntó qué tenía y le respondió que era un accidente en su columna. Insistió. -Ok, pero, ¿cuándo voy a poder volver a mover las piernas y los brazos? La respuesta fue demoledora: “Hay que esperar. Tu columna fue seriamente dañada”. Pero Gustavo no quería escuchar esas contestaciones vagas, a medias. En su inconsciencia, creía que en pocos días todo iba a pasar y volvería a su vida de antes. 

Tenía 20 años, le habían regalado un auto, empezaba a salir con chicas, la etapa de rebeldía había quedado atrás. “Ya me había pasado lo de mi padre. Y cuando se habían empezado a ir esas nubes, me cayó un chaparrón. Nadie me hablaba de tiempos. Y yo preguntaba continuamente si iba a volver a caminar”.
Si bien las palabras no lo conformaban, su vida comenzó a transcurrir en la cama de un hospital. “Es otro mundo. Las visitas vienen hasta las 7 de la tarde y después uno queda solo. Imaginate: cuadripléjico, en una cama cuando hasta hacía unos días estaba corriendo en una cancha de rugby”, cuenta. Lo peor eran las noches, que se hacían eternas. “Contaba ovejitas como me había enseñado mi madre, eran las mil y no me dormía, tenía que hacer malabares para poder apretar el timbre y llamar al médico o a la enfermera. En aquel entonces no había televisión ni cable en las habitaciones del hospital. Era charla o libros que te leían. Escuchaba radio porque ni siquiera podía leer el diario… y cerrando los ojos tratando de dormir y rezando.” Comenzó a aferrarse a Dios. A una fe que le diera las respuestas que no tenían los médicos. 

Empezó a tener “flashes de luz”, a recordarse corriendo, a ver las cosas buenas que había tenido en su vida. “Trataba de cargarme la cabeza con imágenes buenas, como quien carga un celular. No quería ver triste a mi madre. Ya tenía suficiente con lo de papá”, . En medio de aquella quietud, la mente de Gustavo no paraba. Le pidió a un amigo que lo filme: “Todos pensaban que me había vuelto loco, pero quería que me graben y esas imágenes las tengo guardadas hasta el día de hoy. Desde ese lugar le metía, más allá del sufrimiento. Y empecé a hacer fisioterapia. Era un logro mover un dedo. Desde la fe agarré coraje. Recuerdo que me decían ‘tenés que pensar en el futuro’ y yo les respondía: ‘No, ¡qué pensar, ya habrá tiempo para eso, esto es una pelea que recién empieza y le tengo que meter ahora!’ Así fue, hasta que surgió la idea de ir a un centro de rehabilitación”. 

Después de un mes en el Hospital Británico sintió que lo contenían y mimaban mucho, pero que no avanzaba en su recuperación. Además, intuía que no le estaban contando el cuento completo. Le hablaron de ir a los Estados Unidos. Y pensó que en un mes estaría caminando de nuevo. “Creí que me iban a dar una pastilla mágica, algo así…”. Partió a Tampa con su madre, su hermana menor, un primo que estudiaba medicina y una amiga de su madre. Y al llegar al Tampa General Rehabilitation Center le cayó la ficha: vio mucha gente en silla de ruedas, algunos amputados. Se vio a sí mismo a través de los otros: “Esto es Vietnam, estoy bien jodido”, pensó.
A la hora de llegar apareció un médico. Sin mediar palabra leyó la historia clínica. No aplicó anestesia antes de hablarle: “Te habrán dicho cuál es el diagnóstico de tu accidente. De acuerdo a lo que te pasó, las estadísticas dicen que tus probabilidades de volver a caminar son mínimas, pero haremos todo lo posible. No sé si sabes lo que es un centro de rehabilitación…” -Si claro, es un lugar al que vine para poder volver a caminar. -No. Es un lugar para trabajar sobre el problema que tenés y tratar de mejorarlo para que logres tu máxima independencia. No sabemos a dónde vamos a llegar, pero te repito: es muy difícil que puedas volver a caminar. Gustavo recuerda que cuando el médico dejó la habitación se puso a llorar como un chico. Junto a él estaba su madre, la miró a los ojos y le dijo “¿mamá, vinimos acá para esto?”. 

No obstante, este “Vietnam” era su última esperanza. Durante cuatro meses estuvo allí. Vivió el primero en una habitación del cuarto piso, ubicada junto al helipuerto del edificio. Cada noche, el ruido del motor, las aspas y los gritos de los médicos le indicaban que otro paciente accidentado se sumaba a la batalla. Durante esos días, además, las visitas estaban prohibidas. Sólo podían verlo los fines de semana y por la tarde. 

Los otros tres meses se alojó en un hotel, donde lo pasaban a buscar en una camioneta. A las cinco de la mañana del primer día, sonó una chicharra. Entró una enfermera y lo terminó de despertar. “Buen día, vestite”, cuenta que le dijo. “¿Cómo vestite, si no puedo mover ni un dedo?”, le respondió. Le tiró un lazo y le enseñó una técnica para vestirse, en la que debía usar la boca. 

“Lo estuve intentando durante cuatro horas, llorando y puteando a esos gringos. Al final vino y me ayudó. Me llevaron al tercer piso y me trajeron un libro de anatomía. Me enseñaron lo que no sabía que me había pasado. Y me dijeron, con frialdad: ‘A trabajar. Si querés llorar, agarrá una silla y salí al jardín a llorar todo lo que quieras’. Sentí que no había compasión en ese tratamiento. Los putee mucho, pero después los fui entendiendo. 

Hoy lo agradezco, porque me hicieron fuerte en lo mental. Más adelante hablé con gente que había estado en la guerra, con psicólogos. La teoría de ellos es que primero hay que estar fuerte de la cabeza, no importa para qué. Te preparan como a un soldado”.
La fortaleza no llegó de un momento para otro. Muchas veces llegó con la silla hasta un árbol que había en el jardín para llorar solo. Con el lazo que le daban se ataba los zapatos como podía. “Empecé a demorar 3 horas para vestirme en lugar de cuatro, y después dos y media. Y comía con accesorios adaptados”. 

Los insultos, que al principio eran fuertes, empezaron a bajar. Y lo que empezó a subir fueron los pequeños avances. Gustavo se convirtió en el guerrero que buscaban. “Entendí que la mente es todo, a través de ella se pueden lograr cosas increíbles”. Desde ese punto, Gustavo regresó a Uruguay mucho más fuerte. 

Ya no se planteaba volver a caminar, buscaba cumplir objetivos de corto plazo. 

“A los 7 meses del accidente pude volver a orinar solo. Un médico me enseñó cómo estimular la vejiga. Abría la canilla para escuchar el ruido, ponía música y me masajeaba. Así estuve 7 meses, hasta que salió. Y un día volví a estar en pie con un bipedestador. El lado izquierdo de mi cuerpo se recuperaba mejor, estaba menos dañado. Yo era derecho, así que le escribí una carta a mi mano izquierda que decía ‘Perdón mano izquierda por haberte olvidado a lo largo de estos 20 años y gracias por ayudarme hoy en día’. Aprendí a hacer todo con esa mano, vestirme, ponerme un zapato y comer. Hoy soy ambidiestro. 

Entendí que nosotros usamos el 50 o 60 por ciento de nuestra capacidad física. La parte derecha de mi cuerpo es muy débil, no tengo músculos casi, sin embargo puedo caminar 30 cuadras gracias a un estimulador eléctrico que desarrollamos junto a un técnico en Montevideo en el año 1994. Con este estimulador viajé por decenas de países, subí al Machu Pichu, bailé en Ibiza, es como mi hermano menor que me acompaña a todos lados. 

Esos pequeños logros con el tiempo me hicieron ver que tengo menos, pero lo disfruto más”. Sin embargo, algo aún le hacía ruido y era enfrentar a la sociedad a la que había pertenecido. 

“En un momento pensé que, si quedaba en silla de ruedas, me iba a radicar en los Estados Unidos. En realidad, tenía mucho miedo de volver y que me vieran en una silla en vez de caminando. Y también pensaba que Uruguay no tenía ningún tipo de accesibilidad para discapacitados, y no iba a poder ir a ni a la facultad. Me daba vergüenza mi discapacidad. Y una vez acá hubo que adaptar toda la casa, el baño…”.
Cuando llegó a su casa, que tiene una subida en la entrada, se bajó de la silla y tomó el andador. Demoró media hora, “pero entré de nuevo caminando, como quería”. Como siempre, su familia estaba ahí, apoyándolo. 

“La muerte de mi padre nos unió mucho, fuimos muy protectores unos de otros. Somos de juntarnos los domingos, nos visitamos. Hicimos terapia familiar. Mi madre siempre dejó en claro que si por mi situación había que vender todo, lo haría. Y mis hermanos, cada uno a su manera, dejaron todo en la cancha”. 

Con los amigos fue más difícil: “Yo había cambiado mucho en esos meses, ya no era el Gustavo de antes y eso muchas veces no lo entendían. Y yo tampoco tenía muchas ganas ni sabía cómo explicárselos. Me convencían para salir y lo pasaba mal. Me molestaban los sonidos fuertes, no me aceptaba a mí mismo y no aceptaba aquella realidad de ver a la gente alegre después de ver tanto dolor. 
Me sentía solo e incomprendido”. 

Sin embargo, al final de este camino reconoce que “cada uno dio lo que pudo. Alguno de los que esperaba menos dio más, y al revés, pero no los juzgo. Todos estuvieron y están conmigo. Son un pilar fundamental”. 

No obstante, su círculo se amplió: “Mientras hacía fisioterapia conocí un grupo de gente con discapacidad, que hasta el día de hoy somos amigos y denominé el “grupo de los rengos”. Yo había traído de Estados Unidos mucho material para trabajar y todas las tardes un amigo muy cercano me dejaba en el CASMU, que es un sanatorio que tenía un centro de rehabilitación y le daba hasta las 9 de la noche.” 

Así, en un shopping recién construido comenzó a caminar con su andador. Cuando se cansaba, se sentaba a mirar pasar a la gente. En un momento, cuenta, “dejé el andador y me agarré de una baranda que había detrás de los asientos y empecé a caminar de un lado al otro. Me sentí bien porque lo hacía adelante de gente que no conocía. Lo increíble es que hace un tiempo, cuando se cumplieron 28 años del accidente, subí algo a las redes sociales y una persona que no conozco me escribió ‘vos sabés que me acuerdo de vos cuando caminabas por el shopping…'”. 

Luego convenció a la gente de la facultad para que colocaran rampas. Se iba amigando con la vida. “Era cuestión de cambiar el chip. Como siempre digo ‘con las mujeres me fue mejor rengo, porque se las conquista con palabras’. 

La discapacidad me hizo pensar y analizar mucho el comportamiento de los seres humanos. A lo mejor no puedo correr, ni alzar a mi hija, pero he podido hacer otro montón de cosas y las valoro mucho más que antes”. “Después de lo que sucedió con mi padre yo le tenía miedo a la palabra “papá”. Siempre dije que no iba a tener hijos. Y en el momento menos esperado, a los 42 años, apareció mi hija Sofía. Yo no estaba en pareja, fue el momento de ser padre y Dios me lo estaba mandando. A mi hija nunca le oculté mi discapacidad, la senté en una silla de ruedas cuando era bebé y cuando armamos El Palomar siempre estuvo presente. Siempre digo que me hizo ver que era hora de hacer cosas por los demás”. 

Sofía logró algo más: que volviera a su colegio y a la cancha donde sufrió la lesión.
Hace 3 años Gustavo fundó una ONG que se llama El Palomar, como homenaje a su padre, que le inculcó el gusto por la colombofilia. 

“Cuando me accidenté me preguntaba por qué me había pasado. Hasta que un día empecé a preguntarme para qué me pasó. Arranqué por dar apoyo a chicos jóvenes, porque el 70% de los casos de accidentes de columna se da entre los 16 y 25 años, la edad donde uno no conoce el peligro y se expone más. Al tiempo se dio que empecé a conocer gente muy comprometida con la temática discapacidad. A una de ellas, Fiorella, hace unos 8 o 10 años le dije que me gustaría hacer algo y es hoy junto a otro gran amigo mío, Andrés, quines dirigimos la ONG. El otro es el Gordo (Juan Andrés) Verde, un cura. Lo conocí por una novia que me empezó a llevar a misa. Al tiempo me dejó y volví a rezar. Cuando me iba el Gordo me dice ‘el martes vení a confesarte’. Fui, me confesé y como penitencia me pidió que les diera una charla a los chicos de confirmación”. 

Le gustó dar la charla y entonces se zambulló en su proyecto. A la semana le pidió al sacerdote que saliera de padrino de la ONG. Y también llamó al exfutbolista Alexis “Pulpo” Viera, que fue baleado en la columna vertebral en un asalto cuando jugaba en Colombia y perdió la movilidad de sus piernas. 

Llamó a Fiorella y arrancaron en 2019. Lo primero que implementaron fue el Programa PAED que ayuda al estudiante con discapacidad. El Palomar trabaja por los derechos de niños, niñas y jóvenes con discapacidad a la educación inclusiva, y el programa se implementa en instituciones de enseñanza privada, donde los acompañan en los procesos educativos de su alumnado. 

“En Uruguay hay muchísima deserción escolar por discapacidad y nos propusimos atacar eso. Mi sueño es que todos los colegios estén en condiciones de recibir un chico con discapacidad”, explica. 

Para colaborar con El Palomar: https://www.elpalomar.org.uy/ 

(Una versión de esta nota fue publicada por su autor en la revista OB&G MAGAZINE, house organ del club Old Boys & Girls de Montevideo, Uruguay)

miércoles, 17 de agosto de 2022

La primera presidencia de Julio Maria Sanguinetti



Julio María Sanguinetti asumió como Presidente Constitucional de Uruguay el 1 de marzo de 1985, tras el cambio de mando del presidente provisional, Rafael Addiego Bruno. 

Fue el primer presidente democráticamente electo luego de once años de dictadura militar. Asistieron numerosos Jefes de Estado y Gobierno, así como delegados de todas las instituciones políticas del país. 

Sanguinetti devolvió a la sociedad uruguaya, la tolerancia política, el pluralismo de ideas, la discusión en todas las esferas y en todos los niveles.

Se destaco entre otras cosas por: 

La consolidación del régimen constitucional tras la dictadura militar. 

Por una política liberal, de respeto a los valores republicanos y de un significativo realce de la Democracia, como manera de vivir y como filosofía social. 

El carácter pacífico de la transición. 




Fue el auge del cooperativismo, el sindicalismo y el gremialismo, organizaciones reprimidas de manera sangrientas en el gobierno dictatorial anterior.

Las medidas adoptadas en favor de las víctimas de la dictadura militar: La ley de amnistía dictada en marzo de 1985 en favor de las personas que todavía permanecían detenidas, condenadas por la justicia militar por delitos políticos (Ley N.º 15.73719​). 

La restitución de funcionarios públicos destituidos por la dictadura, y la reparación de su carrera profesional (Ley N.º 15.78320​). 

Fue una presidencia de "puertas abiertas" donde a la hora de recibir a alguien o buscar un dialogo, no reparo en ver si era un opositor o un oficialista.

En medio de la gran tarea de la transición luego de la dictadura el batllismo promovió la realización de negociaciones tripartitas entre los trabajadores, empresarios y el gobierno para la fijación de los salarios del sector privado. 

También se intentó el desarrollo del sector servicios que en relación al PBI creció un 56% el desempleo baja del 13% al 8%.

Y como un pequeño balance del batllismo en acción en situaciones críticas podemos decir que hubo además: 

1) Plan de complementación Alimentaria entregadose canastas de alimentos a familias económicamente sumergidas. 

2) Plan de desarrollo del Vértice Noroeste. 

3) Desarrollo de la Cuenca arrocera. 

4) Desarrollo de la Cuenca Lechera 

5) Implementación del Programa de Ciencias Básicas con el objetivo de lograr el retorno al país de numerosos científicos exiliados durante la dictadura. 

6) Se aprueba un nuevo Código General del Proceso. 

7) Se aprueba una ley de Recurso de Amparo que habilitaba a que “ cualquier persona física o jurídica pública o privada pueda deducir la acción de amparo contra todo acto, omisión o hecho de las autoridades...” 

8) Se automatizan todas las centrales telefónicas del país. 

9) Se crea la Junta Nacional de prevención, represión y tratamiento de la Drogadicción. 

10) Se reestructura el sistema de enseñanza creándose la ANEP y tres Consejos Desconcentrados.Y el CODICEN presidido por el prof. Pivel Devoto. 

Gabinete del primer mandato 

Ministerio del Interiot 

Carlos Manini Ríos 1985 - 1986 

Antonio Marchesano 1986 - 1989 

Francisco Forteza 1989 

Flavio Buscasso 1989 - 1990 

Relaciones Exteriores

Enrique Iglesias 1985 - 1988 

Luis Barrios Tassano 1988 - 1990 

Economía y Finanzas

Ricardo Zerbino 1985 - 1990 

Defensa Nacional

Juan Vicente Chiarino 1985 - 1987 

Hugo Medina 1987 - 1990 

Educación y Cultura

Adela Reta 1985 - 1990 

Industria y Energía

Carlos Pirán 1985 - 1986 

Jorge Presno Harán 1986 - 1990 

Salud Pública Raúl Ugarte 1985 - 1990 

Ganadería, Agricultura y Pesca

Roberto Vázquez Platero 1985 - 1986 

Pedro Bonino Garmendia 1986 - 1990 

Trabajo y Seguridad Social

Hugo Fernández Faingold 1985 - 1989 

Luis Brezzo 1989 - 1990 

Transporte y Obras Públicas

Jorge Sanguinetti 1985 - 1989 

Alejandro Atchugarry 1989 - 1990

 Justicia

Adela Reta 1985 

Turismo Alfredo Silvera Lima 1986 - 1987 

José Villar Gómez 1987 - 1990 


OPP


Ariel Davrieux 1985 - 1990 

Secretaría de Presidencia

Miguel Semino 1985 - 1990

Prosecretaría de Presidencia

Walter Ness

Como en Uruguay no existe la reelección presidencial inmediata, Sanguinetti impulsó a un buen continuador de su política, el vicepresidente Enrique Tarigo.
Más allá de las muchas realizaciones, algunas exitosas y perdurables, el eje de la campaña que había sido el “Cambio en Paz” se había cumplido.

Su principal legado fue una vision de futuro, basada en ideas humanistas y liberales, de rechazo a cualquier totalitarismo poniendo siempre en el centro de sus esfuerzos al ciudadano.

EN DEFINITIVA,SU PRIMERA PRESIDENCIA FUE COMO FUERON Y SON SUS IDEAS,QUE NO SON OTRAS QUE LAS IDEAS DE LA LIBERTAD.

domingo, 14 de agosto de 2022

Julio María Sanguinetti : EL GRAN LIDER DE DOS SIGLOS !

Julio María Sanguinetti nació el 6 de enero de 1936 en el seno de una familia de inmigrantes italianos de clase media. Sus padres fueron Julio León Sanguinetti Maupe y Ema Coirolo Saravia, y su abuela materna, Regina Saravia de Coirolo, era hija del caudillo nacionalista Chiquito Saravia.

Estudió en la Escuela y Liceo Elbio Fernández.En 1955 ingresó a la Universidad de la República y se recibió como Doctor en Derecho y Ciencias Sociales en 1961.Está casado con la historiadora Marta Canessa, con quien tiene dos hijos, Julio Luis y Emma Sanguinetti, y cuatro nietos. 

Reside en la zona de Punta Carretas, en Montevideo.

Carrera periodística


Su tarea como periodista comenzó en 1953 en el semanario Canelones. Dos años después pasó a desempeñarse como columnista del diario Acción de Montevideo, fundado por el expresidente Luis Batlle Berres. 

Como periodista de Acción en 1959 viajó a Cuba para cubrir la victoria de la Revolución Cubana y en 1960 a Costa Rica para cubrir la Conferencia de Cancilleres de la OEA que censuró a Cuba por su decisión de establecer relaciones con la Unión Soviética.

En 1967 fue nombrado presidente de la Comisión Nacional de Artes Plásticas, cargo que ocupó hasta 1973, cuando renunció. Ese mismo año ingresó al diario El Día en calidad de redactor político, columnista y miembro del Consejo de Dirección. En 1974 se integró como columnista al semanario latinoamericano Visión. 

Un año más tarde fue nombrado presidente del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina, cargo que abandonó en 1984. 

En 1981 fundó el semanario Correo de los Viernes, que dirigió hasta 1984, pero para el cual continúa escribiendo nuevas publicaciones. 

Desde 1991 es columnista de la Agencia EFE y El País de Madrid.
También es columnista de El País de Uruguay y La Nación de Argentina.

En 1998 fue designado presidente honorario del Centro Latinoamericano de Periodismo (CELAP) en Panamá.

Carrera política


Desde 1963 Sanguinetti ha sido un gran protagonista de la política uruguaya. Perteneciente al Partido Colorado (partido político que alberga varias tendencias ideológicas, entre ellas la socialdemócrata) se desempeñó como ministro de Estado, diputado, senador y también como presidente de la República en las dos ocasiones que se postuló.

Ingresó al Partido Colorado en el año 1960. Tres años después asumió su cargo como diputado de la República, representando a Montevideo, su departamento natal; en ese entonces tenía solamente 27 años de edad.

En 1964 fue miembro de la delegación uruguaya en la Primera Conferencia de Comercio y Desarrollo en Ginebra, Suiza.En 1965, tras el fallecimiento de Luis Batlle Berres, Sanguinetti participa en las elecciones internas de la Lista 15, acompañando a su líder Jorge Batlle Ibáñez, que resulta victorioso.

En 1966 fue reelecto como diputado por el departamento de Montevideo. 



En 1967 integró la Comisión Asesora del Presidente de la República para la Conferencia de Presidentes de la OEA, realizada en la ciudad uruguaya de Punta del Este.

En 1969 su vida política dio un salto positivo muy importante. El presidente Jorge Pacheco Areco lo nombró Ministro de Industria y Comercio. En 1972 asumió la presidencia Juan María Bordaberry y lo nombró Ministro de Educación y Cultura. 

Desde esta cartera, propició en 1972 la "Ley General de Educación N°14.101" ,que introdujo cambios sustantivos a la situación de los Entes Autónomos de la enseñanza de cada nivel (Primaria, Secundaria e Industrial) para concentrarlos en el Consejo Nacional de Educación (CONAE) como único ente autónomo para la educación pública primaria y secundaria. Esta Ley dio la potestad al CONAE de controlar y penar las actividades de los estudiantes, padres, profesores y funcionarios ante ciertas transgresiones a la laicidad y el orden público.


El 27 de junio de 1973 el Presidente Juan María Bordaberry dio un golpe de estado. Seis meses antes del golpe, Sanguinetti renunció a su cargo como Ministro de Educación a raíz de los movimientos que se daban en el gobierno y que terminaron precediendo este golpe de estado. 

Sanguinetti se opuso públicamente al golpe y fue opositor a la dictadura militar, siendo sus derechos políticos prohibidos entre 1976 y el 29 de junio de 1981.

En los días previos al Plebiscito Nacional para legitimar el proceso militar en 1980 y a pesar de tener sus derechos proscriptos, Sanguinetti publicó un editorial en el diario El Día, mostrando una vez más su oposición a la dictadura que lentamente iba perdiendo fuerza.

Ganado el plebiscito, Sanguinetti se postuló por el Partido Colorado en las elecciones internas de 1982, en esa ocasión se eligieron las autoridades de los diferentes partidos político y Sanguinetti ganó por mayoría. 

Al año siguiente fue designado secretario general del Partido Colorado.Fue protagonista del Pacto del Club Naval con los militares para la salida democrática, junto a otros dos partidos políticos, el Frente Amplio y la Unión Cívica, con la exclusión voluntaria del Partido Nacional.

En noviembre de 1984 ganó las elecciones presidenciales. Sería el primer Presidente constitucional, elegido democráticamente tras 13 años de dictadura cívico-militar.Luego de resultar electo presidente, Sanguinetti pidió al Presidente de la Suprema Corte de Justicia, Rafael Addiego Bruno que fuera él quién le pasara la banda presidencial y no quien hasta entonces se encontraba en el sillón presidencial, Gregorio Álvarez, cabeza del gobierno cívico-militar.


Estaba planificado que la banda presidencial se la entregara Addiego Bruno, quien ejerció como presidente interino debido a su condición de presidente de la Suprema Corte de Justicia. Esto se debió a un acuerdo político entre el Partido Colorado y las Fuerzas Armadas para que la banda presidencial no se transmitiera desde el presidente dictatorial Gregorio Álvarez y al presidente electo democráticamente. 

Finalmente quien le puso la banda presidencial a Sanguinetti, fue su vicepresidente, Enrique Tarigo.Luego de su primer mandato como presidente le entregó el mando a Luis Alberto Lacalle el 1 de marzo de 1990. Se dedicó a su labor como periodista y escritor. 

No obstante, continuó trabajando dentro del Partido Colorado. Muchos lo consideraban un "candidato en espera" y, de hecho, se convirtió en un actor político de fuste a la hora de definir la vigencia de la Ley de Empresas Públicas en 1992.A finales de 1993 volvió a ser propuesto como candidato a la presidencia de la República. 



El 27 de noviembre de 1994 resultó triunfador en las elecciones nacionales y volvió a ser electo como presidente del Uruguay. Asumió el 1 de marzo de 1995 hasta el 1 de marzo del 2000, cuando le entregó el mando a Jorge Batlle. 

En las elecciones de 1999, Sanguinetti encabeza la lista al Senado del Foro Batllista, pero luego no asume la banca.Durante su gestión cesó sus actividades definitivamente la Administración de Ferrocarriles del Estado.En 2004 volvió a ser elegido como secretario general del Partido Colorado. En las elecciones nacionales del 31 de octubre de ese año fue elegido senador, en lo que fue la peor elección en la historia de su partido. 

Asumió como senador el 15 de febrero del 2005. Como senador mantuvo, al contrario que buena parte de su partido, una posición abiertamente liberal en términos de derechos sociales, habiendo respaldado iniciativas de vanguardia en cuanto a los derechos de los homosexuales y la legalización del aborto.



Tras las elecciones internas de junio de 2009, en las cuales el amplio vencedor fue Pedro Bordaberry, Sanguinetti finalizó su período como secretario general del partido. Se considera que también finalizó su liderazgo político, al igual que el de su correligionario y rival Jorge Batlle Ibáñez. 

El 14 de febrero de 2010 finalizó su actividad parlamentaria.En el segundo trimestre de 2018 inicia una ronda de contactos con líderes de la oposición con vistas a buscar acuerdos sobre la "construcción de una alternativa de cambio".

Otras actividades

En 1990 dirigió el seminario sobre "Transiciones y Gobernabilidad en América Latina", en la Universidad de Georgetown de Estados Unidos. Ese mismo año preside el Instituto PAX. En 1991 dirige nuevamente un seminario, esta vez en la Universidad Complutense de Madrid donde dicta el curso "América Latina en su Laberinto". 

Un año más tarde preside el Primer Congreso Iberoamericano del Libro, en España. En septiembre de 1996 convocó en Montevideo a destacados políticos, intelectuales y dirigentes de organizaciones internacionales con el fin de promover un debate. 

Dicho debate llevaría el nombre de "Los Nuevos Caminos de América Latina".A dicho simposio fueron convocadas destacadas personalidades del mundo de la política y la intelectualidad, entre ellos el expresidente colombiano Belisario Betancur, el expresidente del Gobierno español Felipe González y los presidentes en ejercicio de Chile y Brasil, Ricardo Lagos y Fernando Henrique Cardoso, respectivamente. 


Surgiría entonces el "Círculo de Montevideo", que actúa como un foro de debate cercano a los postulados de la denominada tercera vía, desde el punto de vista latinoamericano. 
En el año 2000 es nombrado Miembro de Honor del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay, y en el 2001 participó en la fundación del Club de Madrid en España, en calidad de Miembro fundador. 
En el 2002 fue miembro del Jurado de la Primera Edición del Premio Velázquez, también en España. Entre el 2003 y el 2005 participó como expositor en el III Congreso de la Lengua Española en Argentina, en la Conferencia Magistral de clausura del XVI Coloquio Cervantino Internacional en México y fue director del V Simposio Internacional en España.
Fue Vicepresidente y actualmente es Presidente Honorario del Club Atlético Peñarol, uno de los clubes de fútbol más importantes de Uruguay. 
Antes de serlo también fue dirigente y representante del mismo.
En la actualidad forma parte del consejo consultivo de la Fundación Internacional de Jóvenes Líderes.



Sanguinetti proclamó su postulación como precandidato a las internas presidenciales de junio de 201924​ acompañado por el sector político Batllistas.

Lo acompañaron varios de sus antiguos asesores de confianza, incluso exministros y políticos del Foro Batllista.

Luego de las elecciones internas, este quedó segundo, dentro del partido. 

Tras resultar electo senador en octubre de 2019, Sanguinetti manifestó su intención de colaborar desde el Parlamento con la Coalición Multicolor durante el primer año, para después abocarse a sus actividades como secretario general del Partido Colorado. 

Renunció a su escaño como senador el 20 de octubre de 2020, el mismo día en el que renunció al escaño Pepe Mújica, anunciando que comenzará una etapa de dedicación plena al Partido Colorado del que es secretario general. 





sábado, 13 de agosto de 2022

La romántica y aventurera vida de Giuseppe Garibaldi, el "héroe de dos mundos" que unificó Italia y luchó en Sudamérica

"No hay ningún caso en el que la aparición de un personaje público en Gran Bretaña, nativo o extranjero, haya producido un entusiasmo más profundo o más universal". 

Así comentaba el corresponsal en Londres del diario The New York Times la llegada a Londres, el 16 de abril de 1864, de un italiano de unos cincuenta años, con una mirada carismática, una barba que le adornaba el rostro ovalado y un llamativo poncho colorado. 

En otra crónica del evento, un periodista del periódico The Guardian recalcaba cómo para ver a ese popular personaje se habían congregado en el centro de la capital británica miles de personas que vitoreaban su nombre: "¡Garibaldi! ¡Garibaldi forever!". 

El carruaje que transportaba al general de la estación de trenes de Nine Elms a la residencia Lancaster, donde era invitado de honor de los duques de Sutherland, tardó más de cinco horas en recorrer la distancia de menos de cuatro kilómetros.
"La aristocracia rivalizaba con la plebe", comentaba The New York Times, "y los hombres de la más alta posición oficial se enorgullecían de dar la bienvenida al revolucionario de camisa roja". No era la primera vez que Garibaldi despertaba pasiones en Reino Unido. 

Ya había visitado la isla unos años antes y a raíz de ese viaje se comercializó una galleta con su nombre y el recién fundado equipo de fútbol del Nottingham Forest decidió adoptar el rojo para sus camisetas, en honor a las tropas del general italiano. 

 "Fue como si hoy U2 o Bruce Springsten salieran a la calle", comenta a BBC Mundo el historiador Carmine Pinto, director del Instituto para la Historia del Resurgimiento Italiano en Roma.
160 años después de aquellas visitas, tanto la galleta como los uniformes siguen existiendo, y el mito de Garibaldi, el "héroe del viejo y del nuevo mundo", tal como lo bautizó el escritor francés Alejandro Dumas, sigue prácticamente intacto. 

"Garibaldi encarna a la perfección al héroe romántico del siglo XIX, con su lucha idealista en las causas nacionales, su carisma y su liderazgo", añade Arianna Arisi Rota, profesora de Historia Contemporánea de la Universidad de Pavía.. "Y en su vida cabe todo el siglo XIX". 

Ciudadano del mundo 

Giuseppe Garibaldi nace en 1807 en Niza, que en esos años pertenecía a Francia, en una familia de marineros de Génova, por aquel entonces el puerto principal del Reino de Cerdeña.
Empieza muy joven a trabajar como grumete y marinero en barcos comerciales que surcan el Mediterráneo y el mar Negro. 

En esos años entra en contacto con las ideas políticas reformistas que inflamaban la Europa del siglo XIX.

En 1833 Garibaldi tenía 26 años y estaba a punto de poner rumbo a Rusia desde el puerto de Marsella con su barco mercantil llamado "Clorinda". En aquella época, Costantinopla, la capital de Turquía, era refugio de exiliados políticos europeos y allí pararía el "Clorinda" para desembarcar a trece pasajeros, seguidores de las teorías socialistas del filósofo Henri de Saint-Simon. 

Durante esa travesía por el Mediterráneo, el líder de ese grupo, Emile Barrault, ilustró a Garibaldi sobre algunas de las ideas por las que abogaban: el pacifismo, el igualitarismo, la paridad entre hombres y mujeres y el amor libre.
Años más tarde, Garibaldi explicaría a Dumas, quien redactaría las primeras "Memorias" del general italiano, cómo un concepto de Barrault fue particularmente decisivo para su formación política. 

"El hombre que defiende a su país o que ataca a otro país no es más que un soldado, misericordioso en la primera hipótesis, injusto en la segunda", le contó Garibaldi al autor de la novela "El conde de Montecristo". 

"En cambio, el hombre que, volviéndose cosmopolita, adopta la humanidad como patria y va a ofrecer su espada y su sangre a todo pueblo que lucha contra la tiranía es más que un soldado: es un héroe". 

A bordo de ese barco, "bajo un cielo estrellado y sobre un mar cuya brisa parece llena de generosas aspiraciones", como apuntaría en sus memorias, Garibaldi entendió que quería ser ese héroe y dedicaría el resto de su vida a conseguirlo. 

De regreso a Italia, se afilió al grupo de La Giovine Italia (La Joven Italia), una sociedad secreta formada para promover la unificación fundada por otro patriota genovés, Giuseppe Mazzini. 
Garibaldi participó en un intento insurreccional en Génova, pero la expedición fracasó y se vio obligado a refugiarse en Marsella, donde le llegó la noticia de que lo habían condenado a muerte.
Corsario en la Revolución Farroupilha en Brasil 

Siguió viajando por el Mediterráneo con un nombre falso, hasta que en 1836 puso rumbo a Río de Janeiro. En Brasil, Garibaldi empezó a comerciar con pasta, consolidó su formación política, formó parte de la Masonería y entró en contacto con Bento Gonçalves da Silva. 

Este había sido nombrado presidente de la República del Río Grande, aunque en ese momento estaba detenido por haberse rebelado contra el gobierno imperial brasileño. De hecho, su arresto desencadenó la Revolución Farroupilha, también conocida como la Guerra de los Farrapos (1835-1845) en las entonces provincias de Río Grande del Sur y Santa Catarina (República Juliana), en el sur de Brasil. 

En 1837, Garibaldi, "cansado de arrastrar una existencia inútil", como explica en una carta a un amigo, consiguió una patente de corso por parte de Gonçalves da Silva y luego comandó su flota de guerra contra la armada brasileña.
"El aporte de Garibaldi fue fundamental bajo dos puntos de vista", explica la historiadora Maria Medianeira Padoin, profesora de la Universidade Federal de Santa Maria, en Rio Grande do Sul. 

 "Por un lado aportó sus conocimientos militares, empleando tácticas eficaces de combate en el agua, tanto en el mar como en el río, y contribuyendo a la formación de los astilleros militares de la zona". 

"Por el otro", sigue Medianeira Padoin, gracias a "su personalidad carismática difundió sus ideales de igualdad y de lucha por la libertad". 

Durante los cuatro años en los que combatió en la Revolución Farroupilha, Garibaldi fue capturado y torturado, sufrió un naufragio y conoció al que sería el amor de su vida, Anna Maria Ribeiro da Silva, "Anita". 

"La de mis bisabuelos fue una historia muy romántica", comenta Annita Garibaldi Jallet, historiadora y presidenta de la Associazione Nazionale Veterani E Reduci Garibaldini de Italia.
Anita tenía 18 años y estaba casada cuando se enamoró del guerrillero italiano. Abandonó a su marido, empezó a vestir ropa masculina para poder montar a caballo y peleó junto a Garibaldi en todas las campañas militares en tierras brasileñas. 

Lograron casarse en 1842 y tuvieron tres hijos: Menotti, Teresita y Ricciotti, el abuelo de Anita Garibaldi Jallet. 

La consagración militar en Uruguay 

Hacia 1841 Garibaldi dejó de combatir en la Revolución Farroupilha y se asentó en Montevideo, Uruguay, donde residía una numerosa comunidad de exiliados y emigrantes italianos. 

Al cabo de poco se involucró en la Guerra Grande, un largo y complejo conflicto entre el general Fructuoso Rivera y el entonces presidente uruguayo, Manuel Oribe, aliado de los federales argentinos liderados por el caudillo Juan Manuel de Rosas. 

El conflicto trascendió las repúblicas platenses y contó con la intervención diplomática y militar de Brasil, Francia y del Imperio británico, además de la participación de fuerzas extranjeras. 

Garibaldi tomó partido por Rivera y creó la Legión Italiana, que bajo su liderazgo obtuvo victorias en Colonia del Sacramento, Gualeguaychú, en la defensa de Montevideo y en la batalla de San Antonio, en el departamento de Salto.

"El hecho de que el primer monumento autorizado en Montevideo, junto con el del prócer José Artigas, fue al mismo Garibaldi", sigue Etchechury, "se justifica por un lado por su importancia y, por el otro, porque aquel año gobernaba el mismo Partido Colorado, que aún hoy en día conserva en su sede un retrato del italiano"
Además de por su arrojo en combate, la Legión Italiana se caracterizaba por un elemento que en breve irrumpiría en el imaginario popular como símbolo de valentía y entrega a las causas patrióticas: sus camisas rojas. 

Según varios historiadores, es probable que el emblema característico de las tropas de Garibaldi se debiera a un cargamento de telas rojas destinado a los trabajadores de los saladeros de Montevideo que el general italiano compró a bajo coste para vestir a sus soldados. 

"De la experiencia en Sudamérica Garibaldi se llevó seguramente la conciencia de ser un comandante carismático y las tácticas de guerrilla que emplearía eficazmente en las batallas en suelo italiano durante los años siguientes", añade Medianeira Padoin. 

Pero la formación de Garibaldi en el "Nuevo Mundo" no fue solo política y militar. En sus memorias cuenta cómo le cautivaron las inmensas praderas de las Pampas y la forma libre e independiente de vivir de sus habitantes, los gauchos. 

En ellos veía posiblemente la encarnación de sus ideas de libertad popular y sus capacidades de resistencia, su coraje y su frugalidad fueron una inspiración para sus campañas militares en Italia. 

Fue en esos años cuando, junto con el emblemático uniforme, nació el mito del "héroe de dos mundos" y la fama de Garibaldi empezó a circular también en Europa. 

"O hacemos Italia o morimos" 

Con la llegada del nuevo Papa Pío IX se proclamó la amnistía para que los exiliados italianos volvieran a su patria. Garibaldi regresó así con su familia y algunos de sus compañeros de lucha en América. 

Participó en varias batallas de la primera guerra de independencia contra el Imperio austrohúngaro (1848-1849) y luego en la defensa de la República de Roma contra los franceses (1849).
"Esos fueron los episodios que lo convirtieron mediáticamente en una estrella del romanticismo de la época", explica el historiador Carmine Pinto. "Si bien las batallas habían fracasado militarmente, sus ideas habían ganado la guerra de las ideas". 

Durante la huida de Roma, Anita murió de malaria en los brazos de Garibaldi, quien en los meses siguientes decidió emprender rumbo hacia América. Fue primero a Nueva York, donde trabajó en una fábrica de velas, luego hacia el Caribe y Perú, donde se ocupó del comercio de guano entre el puerto de Callao y China. 

A mediados de los años 50 volvió a Europa y en 1859 ganó varias batallas decisivas en la segunda guerra de independencia italiana (1859) con su ejército de voluntarios llamado Cazadores de los Alpes. Pero fue al año siguiente cuando su fama de estratega militar alcanzó la cumbre, con la llamada Expedición de los Mil.
La también conocida como expedición de los camisas rojas consistió en un contingente de mil ochenta y nueve voluntarios que partió de la playa de Quarto, cerca de Génova, y desembarcó en Sicilia. 
En pocos meses conquistó todo el Reino de las Dos Sicilias, patrimonio de la Casa de Borbón, lo cual llevó a su disolución y anexión por parte del Reino de Cerdeña, un importante paso en la creación del Reino de Italia. 

Con el encuentro entre Giuseppe Garibaldi y el rey Víctor Manuel II en Teano, cerca de Nápoles, el 26 de octubre de 1860, se concluye la Expedición de los Mil. Seis meses después, el 17 de marzo de 1861, el rey proclamó el nacimiento del Reino de Italia y Garibaldi se consagró definitivamente como patriota. 

 Un mito en vida 

En los años siguientes Garibaldi participó en otras batallas: para la liberación de Roma (1862), que seguía formando parte del Estado Pontificio; en la Tercera guerra de independencia (1866), y a favor de la república francesa contra las tropas prusianas (1871).

Dos años antes de su visita a Londres, el presidente de Estados Unidos Abraham Lincoln, desesperado por las derrotas causadas por el ejército confederado durante la guerra civil estadounidense, ofreció el mando de las fuerzas del norte al general italiano. 

Garibaldi le contestó que estaba dispuesto a aceptar su oferta, pero con una condición: que el objetivo declarado de la guerra fuera la abolición de la esclavitud. Pero en esa etapa, Lincoln aún no estaba preparado para hacer tal declaración, por temor a empeorar una crisis agrícola, y el trato con Garibaldi nunca se concretó. 

En los últimos años de su vida alternó la actividad política con el retiro en la pequeña isla de Caprera, donde murió el 2 de junio de 1882. 

Durante los 75 años de su vida fue detenido nueve veces por la policía de distintos países y condenado a muerte por el Reino de Cerdeña.
Fue asaltado por piratas y herido de gravedad varias veces en batalla. 

Integró varios Parlamentos y fue general de varios ejércitos. 

Se casó tres veces y tuvo al menos ocho hijos. 

Escribió novelas, poemas y varias memorias. 

Pero, sobre todo, se convirtió en un pilar inquebrantable de la retórica patriótica italiana: aún hoy el de Garibaldi es segundo en la lista de los nombre más comunes de calles y plaza en Italia, solo superado por el de Roma. 

"El de Garibaldi es un caso único en el mundo de construcción del mito en vida", comenta Arisi Rota, autora del libro "El Risorgimento". 

Un viaje político y sentimental a la unidad de Italia", que pronto será traducido al castellano. 

"En el imaginario popular se convierte en un ícono cristológico. Había hasta figuritas que lo representaban crucificado". 

El proyecto de ley de tenencia compartida es un derecho de los menores. Por Elena Grauert

Es sospechoso y extraño que cuando las mujeres estamos reclamando cada vez con más fuerza la igualdad y el deber de coparticipar en todas las actividades de los cuidados del hogar y la convivencia, haya quienes se oponen a una de las actividades que, justamente, debe ser la más compartida: el cuidado de los hijos. 

Hasta hace no tantos años, el cuidado de los hijos era responsabilidad exclusiva de la mujer. Esto hacía que muchas veces las mujeres quedaran invisibilizadas e imposibilitadas de realizar cualquier otra actividad. No era una opción de la mujer compartir su tiempo con otras actividades, era un deber intrínseco el cuidar a sus hijos. La mujer que osaba rebelarse, era castigada moral e incluso penalmente en muchas sociedades.
Es más, hoy hay sociedades y culturas, muy atávicas como la musulmana,en las cuales se mantiene tal obligación, existe el “deber quedarse en casa y cuidar de los hijos”. Como relatan las crónicas internacionales, “los grupos yihadistas ven bien que las niñas estudien entre los 7 y los 15 años y consideran los 9 años una edad admisible para casarse. La mujer debe quedarse en casa y cuidar de su marido y de sus hijos porque ese fue el cometido para el que fue creada por Dios. No debe trabajar fuera de casa, a menos que lo haga como profesora o médico para otras mujeres, y le está permitido estudiar lo justo para saber leer y escribir y poco más”(Madrid, 7 Feb. Europa Press). 

Me pregunto: ¿qué es este sentimiento o creencia extraña donde alguien se puede oponer a lo que todas las mujeres desde sus primeras luchas proclaman: igualdad y derechos? Estamos confundiendo conceptos o estamos siendo víctimas de un discurso antiliberal aparentando ser “políticamente correctos” perodefendiendo las costumbres y discursos conservadores, en contra de la sociedad donde la igualdad es el principio a defender. El proyecto de ley de tenencia compartidapone en el centro la protección del niño, el derecho a ser escuchado, el que se le asigne un defensor, el marcar audiencias y plazos. 

Todas son medidas tuitivas. Cuando se argumenta la desprotección de los menores sin especificar ninguna razón o causa, lo cierto es que se desconoce el texto del proyecto. Quienes hemos ejercido algunas veces el derecho de familia en casos de denuncias, sabemos que la opinión del menor con razón o sin razón (dado que existen casos de “alienación parental”), incluso a edades muy tempranas, es decisivo. 

Esto no es de ahora, es la realidad, generalmente cuando el menor no quiere ver a unos de sus progenitores, es terminante y en la mayoría de los casos no lo ven, dado que incluso con visitas asistidas o vigiladas se hace imposible la revinculación. En mi experiencia, únicamente el tiempo revierte, a veces, estas situaciones.
Por otro lado, afirmar que el art. 4 de dicho proyecto pone en riesgo a los menores, es falso. Justamente –y lo digo una y mil veces– los menores tienen derecho a ver a sus dos padres, eso es lo sano, que además trae paz y equilibrio. Incluso, dicho artículo, deja en el juez la potestad de prohibir las visitas. 

Únicamente reafirma el principio de la necesidad y derechos de vinculación entre padres e hijos. Dice que si hay medidas de separación o alejamiento entre los padres, pero el Juez ve que–en atención a proteger el interés superior del menor– es importante mantener un régimen de visitas, dispondrá en forma adecuada y sin riesgo que las mismas puedan llevarse a cabo “en presencia de familiares del niño o adolecente, en reparticiones estatales adecuadas, o cualquier otra forma que Garantice la integridad física, emocional de los niños o adolescentes y disponiendo régimen periódico de seguimiento.” Esto significa que no hay riesgo para el menor.

No se deroga la ley de violencia basada en género, simplemente se reafirma el principio de la importancia del vínculo entre hijos y padres, y el cuidado más exhaustivo que se debe apreciar por la justicia, justamente para evitar situaciones tan comunes y que generan tantas injusticias que hacen que padres o abuelos, por años, no puedan ver a sus hijos o nietos, muchas veces por denuncias infundadas.
Muchas veces estas separaciones generan abandonos, frustraciones, desazón, violencia psicológica. Hay que ponerse en los zapatos de una madre, un padre o un abuelo; que lo separen de sus hijos no pudiéndolo ver por año. ¿No hay una violación de underecho humano fundamental en esos casos también? 

Cuando se asegura que se obliga a los menores a ver a padres violentos, no es cierto. 

La violencia es un enorme flagelo que en los últimos años hasido uno de los gravísimos problemas que enfrenta la sociedad. Pero se están mezclando cuestiones que nada tienen que ver. Si con las leyes se terminaran las situaciones de violencia, cuando se aprobó la Ley No.19.580 del 22 de diciembre de 2017, de violencia de contra las mujeres basada en género, se hubiera terminado la violencia y lamentablemente eso no ocurrió. 

Las leyes no resuelven cuestiones humanas, culturales y de la intimidad. 

Las leyes regulan, sancionan, tratan de crear institutos tuitivos de protección como los hogares para mujeres víctimas de violencia, pero no inhiben la existencia de la violencia, porque sin duda esta responde a otros factores y es evidente que no estamos “dando en la tecla” si seguimos haciendo todo igual. 

Es importante que se establezcan plazos para pronunciarse la justicia, el objeto es proteger no sólo es el derecho del padre o madre a ver a sus hijos, sino los derechos de los hijos a ver a sus progenitores. 

No se debe olvidar que para un niño un año de su vida es una inmensidad, el tiempo no es igual para un adulto que para un menor, por lo que limitar el tiempo y esforzarse por parte de la justicia para resolver, es sin lugar a dudas una protección y no un ataque, dado que en los casos de familia cada día que transcurre es un daño y una perdida irrecuperable.
En cuanto al art. 6, el último inciso permite a la justicia denegar la solicitud de visitas en caso de existir causas graves y justificadas, en donde “existan indicios fundados” para negar el derecho. Lo cual enerva cualquier crítica de eventual peligro que pueda poner al menor ante riesgos. 

En suma, deja a salvo e intactos los derechos consagrados en la legislación vigente y tuitivos de los derechos de los menores. 

El afirmar la obligación de cumplir con el régimen de visitas y sancionar al incumplidor conforme al art 43 del Código del Niño, es un freno a utilizar a los menores como presas de las discusiones y peleas entre los padres, que ya estaba consagrado desde antes. 

En definitiva, el proyecto de ley no hace más que ratificar el deber de ambos progenitores de compartir la crianza, educar y cuidar a sus hijos. 

Es necesario comprender que quienes se separan son los padres y no los hijos y que, necesariamente, hay que proteger el derecho de los niños de gozar de sus padres y de sus familias ampliadas, lo cual es importante en su formación, maduración y valores.
Este proyecto es un mensaje de convivencia en contra de la violencia, que equilibra las relaciones, generando institutos y derechos tuitivos de los menores que tienen derecho a no ser utilizados por sus progenitores como “cotos de caza”, sino deben ser respetados como personas, no existiendo mejor recompensa que poder tener ambos padres preocupados por su educación y crecimiento. 

Se trata de un proyecto equilibrado, protege derechos humanos fundamentales contemporizando realidades y situaciones; en ningún caso, protege a los violentos o desprotege los derechos de los menores, todo lo contrario. Afirmar eso es una falacia, basada en una teoría ideologizada de conceptos absolutos que tiñen la realidad con una visión tergiversada donde el denunciante siempre tiene razón y las pruebas pasan a un segundo plano, que como decía el físico cuántico Max Born 

 “…la creencia de que sólo hay una verdad y que uno mismo está en posesión de la misma es la raíz de todos los males del mundo”.