Su “carrera” en la delincuencia fue creciendo, y cuando tenía 18, luego de un asalto a un cambio, conoció la prisión por primera vez. Y luego estuvo en varias.
Fueron ocho años de su vida tras las rejas. El ex Comcar, Canelones, Piedra de los Indios... En el medio, salidas, tiroteos con la Policía, un intento de homicidio vinculado al narcotráfico, que había pasado a ser su “trabajo” a tiempo completo y que, por otra parte, siguió desempeñando en prisión.
También, algún intento de suicidio.
Diego es uno de los protagonistas del documental con el que el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) busca “cambiar paradigmas” y poner sobre la mesa que pueden existir “segundas oportunidades” para quien, como él, pasaron por una cárcel.
La consigna con la que se elaboró la obra es la de un “Uruguay libre de prejuicios”, buscando no solo que esas oportunidades lleguen desde afuera, sino que los propios involucrados sientan que existe una salida y que no tienen que estar contenidos para siempre a una viva vinculada a la delincuencia.
A Diego, el “click”, como dice, le llegó un día cuando, desde la ventana de su celda en Punta de Rieles, vio en el patio a algunos compañeros jugando al rugby.
“Quería cambiar, pero no sabía cómo”, afirma. Rechazó varias invitaciones, pero un día se animó. “Fue lo primero que me hizo cambiar”, le dice Diego a El País, con su ropa de entrenamiento pronto para ir a la práctica de Champagnat, el club donde hoy juega.
Con el rugby, asegura, conoció algo nuevo. “Me respetaban, me motivaban y también me iban poniendo límites, hasta que me ganaron”.
Sus entrenadores, apunta, le enseñaron algo que nunca había conocido: valores.
Considera que en su proceso hubo figuras clave. Por ejemplo, Gustavo Zerbino -sobreviviente de los Andes- y Diego Ardao -capitán de Los Teros Seven-, sus “padrinos de superación”, como dice.
Hace casi dos años que salió en libertad. Sin opciones, al principio, siguió con lo suyo, vendiendo drogas. “Cuando salís pensás que no tenés oportunidad, que vas a seguir toda tu vida en la delincuencia”, afirma.
Pero entonces, Ardao lo contactó. “Me preguntó si quería seguir jugando al rugby y cambiar mi vida”, recuerda. Dijo que sí. Su pareja no quiso dar ese paso, así que le dejó todo y se vino con lo puesto a Montevideo, No fue nada fácil, asegura. Quería cambiar. Y buscar una salida “por lo legal”.
No fue fácil. Algunas veces tuvo que dormir en calle, y se rebuscaba haciendo changas. Allí pudo sentir, comenta, la discriminación que sufren los expresos cuando intentan conseguir trabajo. Otra vez apareció Ardao que, con un surtido de supermercado le enseñó otra lección.
“Me fui acostumbrando a pedir ayuda”, destaca. “Me enseñaron a pedir ayuda antes de delinquir”. Siguió jugando al rugby como pudo, a veces yendo a las prácticas caminando, porque no tenía para el boleto.
A través del rugby, la ayuda también le llegó desde el Mides, que le otorgó un subsidio para que viviera en una pensión hasta que pudiera sustentarse por sus propios medios.
Diego recuerda también el apoyo que se otorgó cuando tuvo que internarse al recaer en consumo.
“Me sentí presionado por la vida, sentí que no podía continuar”, rememora. Hoy dice ver todo eso como parte de su proceso.
Su caso, afirma, fue seguido de manera especial por el Mides, gracias también a las gestiones de sus amigos del rugby. “Vieron que era un luchador, que no bajaba los brazos, que a pesar de las dificultades no bajaba los brazos”, cuenta.
Las dificultades siguieron, por ejemplo en el ámbito laboral. En una obra en la que trabajaba prescindieron de él y se quedó sin trabajo. “Pero la seguí luchando”.
A través de Zerbino y el Mides, pudo conseguir un empleo en la Asociación Española, donde se desempeña hasta ahora. Es la primera cara que suelen ver las personas que ingresan a esa institución.
Trabaja en la recepción, tratando con el público y los pacientes que allí llegan, guiándolos a donde deben dirigirse.
Diego dice que su empleo lo ayudó a entender que hay un mundo más allá de su historia, que toda la gente que llega a la mutualista tiene sus problemas, y que debe ser amable y cortes, y comprenderlos.
Las cosas siguen siendo difíciles, pero el ex preso convertido ahora en jugador de rugby valora el camino recorrido. “Lo importante es que cambié mi vida”, dice.
Ahora tiene 28 años y una nueva pareja, con la que convive en Sayago.
Champagnat está jugando desde hace siete meses y espera acompañar al equipo en una serie de partidos programados en Argentina.
A través de una cuenta propia en TikTok, publica videos en los que busca inspirar a otras personas como él.
Allí cuenta su experiencia. Por eso también aceptó contar su historia en el documental del Mides. Quiere dejar un claro mensaje: “Se puede salir adelante; si vos querés y te lo proponés, se puede”, asegura.
Según las cifras oficiales más recientes, 26 personas salen cada día de la prisión.
Diego reconoce que, además de la motivación personal, es importante que esas personas puedan “contar con una mano”, como la que recibió él.
En ese contexto, reconoce que le gustaría convertirse en un referente para otros reclusos que salen de la cárcel. “Que se reflejen en mí y vean que hay esperanza”, expresa. “Quiero ser yo el que les pueda dar una mano”, agrega.
“Es raro que yo esté hablando contigo ahora”, dice Diego, muy seguro mientras revuelve su taza de café en un bar del Parque Rodó, y cuenta los minutos para ir a la práctica con Champagnat. “Con todo lo que pasé, era para estar muerto hace 15 años”.
Su reflexión sigue. “Pienso que estoy acá por un propósito”, dice, insistiendo en el rol que pretende tener ahora en su vida. “No quiero bajar los brazos, quiero ser un referente para los que salgan de prisión y quieran salir adelante”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario