Las declaraciones del influyente senador Menéndez, en una entrevista publicada en este diario, luego del encuentro con Lacalle Pou en la residencia presidencial de Anchorena, alientan cierto optimismo por la posibilidad de concretar una necesaria y larga asignatura pendiente, insoslayable para transitar por el camino hacia el desarrollo.
Dijo con realismo que es factible un TLC luego de las elecciones de 2024 de EEUU, pero que antes es posible avanzar en acuerdos concretos, por ejemplo, en el área de los servicios, destacando, en ese sentido, la relación comercial con el sector tecnológico de Uruguay. EEUU es por lejos el primer mercado para las exportaciones de servicios.
Además de las TIC, se destacan las colocaciones de carne vacuna, madera, cítricos y miel. Desde el lado de las inversiones, unas 150 empresas estadounidenses operan en nuestro país, según cifras oficiales.
El punto de vista de este experimentado político demócrata se fundamenta en los valores compartidos entre EEUU y Uruguay sobre el respeto a la ley, a los DDHH y a la democracia, además de la coincidencia en torno a la invasión de Rusia a Ucrania. A todo ello, podríamos agregar el compromiso mutuo por el sistema multilateral.
De algún modo, Menéndez presta la debida atención a una relación comercial que está íntimamente ligada a una cercanía histórica, hija de principios compartidos.
Mientras la mayoría de los líderes de las gestas independentistas de la América hispánica actuó bajo el influjo intelectual de la Revolución Francesa, nuestro prócer José Gervasio Artigas tuvo una marcada influencia del filósofo y político Thomas Paine, considerado uno de los Padres fundadores de EEUU, referente del liberalismo y el republicanismo.
Estudios historiográficos del siglo XX comprobaron que lineamientos importantes de las Instrucciones del Año XIII, el principal documento del ideario artiguista, reflejan nociones extraídas del libro
La independencia de la costa firme justificada por Thomas Paine treinta años ha (1811), una obra que incluye en un gran apéndice documental la Declaración de la Independencia de EEUU, la Constitución Federal (1789) y las constituciones de los estados de Massachusetts, New Jersey, Pennsylvania y Virginia.
Desde el lado de EEUU, puede destacarse el reconocimiento bastante rápido a Uruguay como nación independiente, seis años después de la aprobación de nuestra primera Constitución, y relaciones diplomáticas regulares desde 1897.
Más acá en el tiempo, es posible observar coincidencias en la defensa de valores democráticos en la posición de Uruguay en torno a los conflictos bélicos. En la frase “somos neutrales porque no participamos en las hostilidades, pero no somos imparciales y menos indiferentes”, de Baltasar Brum, ministro de Relaciones Exteriores en el gobierno de Feliciano Viera, sobre la postura de Uruguay en la Gran Guerra, y que se mantuvo durante la Segunda Guerra Mundial, bien puede verse como una huella de las perspectivas próximas.
Y en el siglo XXI, acontecimientos más familiares como el estrecho vínculo entre los presidentes George W. Bush y Jorge Batlle, que luego se cristalizó en la posibilidad de avanzar en un TLC durante el gobierno de Tabaré Vázquez.
Una mención especial merece la intervención del propio Bush para que Uruguay recibiera un préstamo de emergencia extraordinario de 1.500 millones de dólares por la crisis bancaria de 2002, de graves consecuencias económicas y financieras, algo muy excepcional en aquel contexto.
Desde entonces, han sido notorios los vínculos comerciales entre las dos naciones, trascendiendo el color político de los partidos en posición de gobierno. En 2004, EEUU y Uruguay firmaron un Acuerdo de Cielos Abiertos para flexibilizar el transporte aéreo; en 2005, un Tratado Bilateral de Inversiones que confiere un trato igual a las inversiones provenientes de ambos países; en 2007, un Acuerdo Marco de Comercio e Inversiones con el propósito de fomentar un clima de negocios atractivo, así como aumentar y diversificar el comercio bilateral de bienes y servicios.
Y en ese último año, de tensión en las relaciones de Argentina y Uruguay, el entonces mandatario Tabaré Vázquez obtuvo apoyo y comprensión por parte de Bush en caso de que escalara el conflicto con el gobierno de Néstor Kirchner por la instalación de plantas de celulosa en la orilla oriental del río Uruguay.
Desde 2023, nuestro país forma parte de la Alianza para la Prosperidad Económica de las Américas (APEP por sus siglas en inglés), promovida por el presidente estadounidense, Joe Biden. La iniciativa se enmarca en una nueva estrategia de política exterior de EEUU que promueve la relocalización de las inversiones estadounidenses y las cadenas de valor en países occidentales que estén verdaderamente comprometidos con los valores de la democracia liberal, una iniciativa que se explica por la rivalidad mundial entre Washington y Beijing.
Un TLC con EEUU sería un mojón natural de un largo camino.
Mientras tanto, es posible avanzar mediante un plan estratégico que defina cómo se pueden aprovechar mejor los numerosos instrumentos en marcha de promoción de comercio e inversión.
Los valores compartidos, junto al reconocimiento a la estabilidad política y económica de nuestro país, y la proyección de un TLC que plantean públicamente connotados políticos norteamericanos, son dos pilares muy firmes para animarnos a redoblar el esfuerzo por más y mejor comercio con la principal potencia del mundo.
Aunar la visión común en torno a la democracia, el estado de derecho y la importancia del cuidado del medio ambiente, con el círculo virtuoso del comercio, de algún modo, recoge el mejor legado kantiano para el cuidado de la paz.
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