domingo, 12 de febrero de 2023

Cancelamos a los dogmáticos. Por Washington Abdala

El pensamiento dogmático no es consciente de su malignidad, es parecido al egoísta o al soberbio -también obtusos, por cierto- y nunca asumen sus patologías. El dogmático está convencido de su supremacía filosófica sin manifestarlo. El dogmático es un falso modesto. En realidad, es sutilmente cínico (o no tan sutilmente).
Este es un problema agudo del tiempo actual, no la realidad sino las interpretaciones que hacemos de ella y sus derivadas no explícitas por parte de millones de personas que no están dispuestas a pensar desde el lugar del otro. 

Tan simple como esto. 

Se está poblando el mundo de dogmatismo. 

Los dogmáticos reproducen dogmáticos de manera escandalosa. 

Y se venden como dulces palomitas. 

Por todos lados, digámoslo. 

Está lleno de seres rústicos que asumen de manera frontal y absoluta sus convicciones extremas y están dispuestos a empujar, discutir, dañar y hasta matar por las mismas si ese fuera el caso. 

Es que sencillamente creen en sus verdades mesiánicas. 

No crea el lector que esto acontece solo con los jihadistas del Islam radical; en la esquina de su barrio está lleno de gente que piensa así. 

No lo expone por vergüenza, pero si fuera por ellos que se pudran en los quintos infiernos un montón de humanos que no coinciden con sus interpretaciones existenciales. 

¿O acaso estoy inventando algo?

Desde el “debate por el género” pasando por “el consumo abierto de estupefacientes” y pudiendo detenernos en “la muerte” como castigo normatizado en algún estado de derecho, todo es debatible, todo. 

Y como estas encrucijadas parecen cerradas, las respuestas son cerradas. 

Mal planteado el problema, mal planteada la solución. 

Trampa mortal. ¡Que empiecen a volar cabezas! 

No estoy seguro de que se dispense demasiado respeto entre algunas ideas. El respeto se gana, no se concede, y hay discutidores que por su intemperancia -antes de arrancar- auto caducan sus argumentos. 

Pero la realidad nunca es binaria, siempre requiere matices y recorre sentires culturales, científicos y de inteligencia. 

El acierto está en el matiz, nunca en lo grosero. Vamos por algún ejemplo que permite ver mejor. 

Hace unos años se nos mentía con el cigarrillo. Había médicos y empresas que negaban su letalidad. 

Hasta la publicidad se mofaba de la verdad. Algo parecido sucede hoy con las drogas: los que se paran en el ángulo filosófico de la libertad (yo) no deberíamos negar su daño, letalidad, adicción y demás desventuras que acarrea.

Otra: creer que la muerte de un asesino es solución de algo, en fin, ya lo deberíamos saber, no soluciona nada. Digo, en tren de argumentar con seriedad. 

Ahora, si lo que aspiramos es a venganza, entonces digamos la verdad. En estos tiempos, todos comprendemos a fondo lo que es la libertad. 

Nos espanta ver países que la pierden, pero está claro que no hay una libertad dialéctica igual en todos los terrenos. Los comunistas y los fascistas saben de lo que hablo. Sus ideas extremas no son pasibles de discusión porque les implican un riesgo de proscripción y cancelación en diversas partes del planeta. 

Con franqueza, no me parece aceptable. La democracia tiene que aceptar ideas extremas en cuanto tales, que no impliquen acciones extremas, pero que se puedan verbalizar, porque de lo contrario son ideas prohibidas, y las ideas prohibidas luego serán acciones que emerjan acarreando sangre a borbotones. No hay mejor forma para estimular algo que prohibirlo. 

Y si efectivamente la instigación y el odio se transforman en delito, allí ya estamos en otro territorio. Clarito. Hablar, lo que sea. El que actúa con violencia, será castigado. No es tan difícil de comprender. No se puede prohibir nada, se debe discutir todo. 

Insisto: no existe la cancelación, la clausura o la proscripción en democracia. ¡No entremos por el aro! Este asunto de ser respetuoso con quien nos quiere volar el rancho es difícil de asumir, pero no hay otra lectura. 

No se paga con la misma moneda: se educa, se ordena, se regula y se enseña a bajar la pelota. Luego se sigue oyendo y el demócrata soporta mientras que el otro, el autoritario, si no pasa a la acción hay que seguirlo oyendo y refutarlo. Por eso, los canceladores del presente deberían leer más para evitar la locura. 

No es por allí la bocha.

https://www.elpais.com.uy/domingo/opinion-cancelamos-a-los-dogmaticos

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