domingo, 16 de octubre de 2022

El inédito plan para rescatar a las costureras: que se fabriquen acá y no en China todos los uniformes

Nadie se conmueve tanto al observar la nobleza de un bolsillo bien hecho como Zulema Puñales. “Mira que perfecto, que lindo me quedo”, exclama cuando enumera la pieza clave en el diseño de un par de pantalones cargo. Pasa los dedos por las costuras, recorre los pliegues de esa tela ahuecada que tanto trabajo le dio. 

“No hay nadie que sepa coser un bolsillo con fuelle mejor que yo”, dice y une dos piezas de jeans que terminarán formando la bragueta de un pantalón. Junto a ella, su hija también cose. Andrea empezó a los 15 años y, aunque no le gusta nada la tarea, con el tiempo acabó aceptando que la habilidad de sus manos para crear ropa es, al fin y al cabo, un don. Zulema y Andrea regentan un taller de costura que estos días rebosa de pedidos. 

El volumen recuerda los mejores tiempos de la magullada industria textil uruguaya. Todos los estantes, muebles y rincones que rodean las máquinas de coser están llenos de telas cortadas, listas para convertirse en ropa. 

El problema inaudito es que hay demasiados clientes y no hay suficientes manos. Son 12 máquinas a repartir entre dos empleadas, además de madre e hija; una situación que obliga a los dueños a trabajar más duro que el resto ya veces a jornadas de 20 horas. 

Suena agotador, pero las costureras conocen el sacrificio. 

La madre de Zulema murió a los 87 años mientras cosía. Retirada, continuó confeccionando manteles, sábanas y cortinas para hoteles en Punta del Este. Cuando falleció, Zulema y su hermana encontraron muchas tareas pendientes en casa y terminaron el trabajo en su nombre. cumplieron 

“Cuando empecé había muchas fábricas. Saliste de uno, cruzaste la calle y te encontraste con otro. Trabajaban 60, 80 personas. Eran lugares enormes. Pero se extinguieron. Fue un proceso lento. Hasta hace unos 15 años todo salió mal. Se cerraron las fábricas y se abandonaron los talleres”, relata Zulema. 

Los talleres tuvieron que afrontar la sangría que generó el ascenso de China -entonces, extendida a todo Oriente- como productor de tejidos y en el papel de fabricante y exportador de prendas acabadas. Para competir con el minúsculo precio que ofrecían las costureras asiáticas, la producción local redujo costos, afectando los salarios a pesar de que el rubro ya era uno de los peor pagados del país. Luego, sin perspectivas de mejora en el horizonte, los talleres también comenzaron a cerrar. Algunos dicen que la mitad ya no existe. 

La gente dejó de coser. Sin embargo, cuando nadie lo esperaba, con la pandemia se produjo un resurgimiento del rubro. 

“Como no se podía importar nada, se volvió a fabricar en la plaza”, describen madre e hija. 

Se hacían mascarillas y ropa sanitaria, pero también todo tipo de ropa que se había dejado de hacer. Esto se combinó con una ráfaga de proyectos de diseñadores locales. La demanda ha vuelto. 

Y es que, tras pasar lo peor del virus, aún con fronteras abiertas, el ritmo de pedidos se mantuvo: firme, apostando por los beneficios de producir en casa. El tema es que con un gran porcentaje de talleres cerrados, los que están activos no dan lo suficiente y no encuentran mano de obra que sepa coser: que quiera coser. Sus dueños se revelan al contratar a los últimos maquinistas de sesenta, setenta y ochenta años que dominan el oficio. Los mejores ya están jubilados, pero siguen trabajando. 

 Planea renacer. 

El pedal del pedal Singer marcó la adolescencia de Leticia Soria. Su abuela le enseñó a coser a la edad de ocho años. Más tarde, su madre le dio paso. 

“Mis amigos llegaban a casa antes de salir al baile y mi madre nos hacía coser botones a todos. Todo el barrio ayudó a cumplir con la fecha de entrega de las prendas”, dice. 

A los 14 años, junto con sus hermanas, se fue a trabajar a una fábrica. Esta es una historia común entre las costureras más jóvenes, que tienen entre 40 y 60 años. Hace apenas dos décadas había tanto empleo que se contrataba a adolescentes con permiso del menor para trabajar. Las niñas aprendían en sus casas o se capacitaban con modistas del barrio cuando terminaban la escuela. Si eran buenos, conseguían un trabajo rápidamente. 

“Se exportaba mucho. Recuerdo hacer chaquetas de lana de cordero, trajes de bombero, uniformes de policía, ropa para hospitales”, dice. 

En algunas fábricas, las rutinas eran duras. Los capataces usaban un cronómetro para medir la productividad. Se produjeron hasta mil vaqueros en un día. A través de los techos metálicos se intensificaban el frío del invierno y el calor del verano. 

Era costumbre coser con gorro y bufanda de lana. El dolor cervical y lumbar se hizo crónico. "Hacías una almohada para estar más abajo o más arriba en la silla, que no eran sillas adecuadas como ahora: era tu turno". 

Los días solían exceder las 10 horas. Todavía eres así. 

Pero estas condiciones comenzaron a mejorar con los esfuerzos del sindicato Único de la Aguja, sindicato que fue contactado sin éxito para este informe. A pesar de la dureza que se cierne sobre estas historias, quienes todavía cosen hablan con nostalgia del oficio porque sienten que si no se actúa rápido, se acabará. Están seguros de que ahora mismo hay una segunda oportunidad que se debe aprovechar o será el final definitivo. Años después de su paso por la fábrica, Leticia creó una marca de ropa, Letso. Se vende más que nunca. Parte de la producción se realiza internamente y el resto se subcontrata. Paradójicamente, es uno de los que sufre el impacto de la falta de talleres, entre otros factores que hacen que el proceso productivo aquí hoy sea "complicado". Muy pocas telas llegan a Uruguay. Los que fueron fabricados, "de muy alta calidad", fueron descontinuados y dejaron de fabricarse en 2014. Esto fue una complicación. Hasta ese momento, las fábricas hacían mucha sastrería, sacos de tela, camisas. Luego dejaron de fabricarse cierres y quedan pocos botones. La industria estaba cambiando abrupta pero silenciosamente. 

La caída fue progresiva, porque al principio el golpe de China se compensó vendiendo a Argentina y Brasil, que luego también volvieron la mirada —y el bolsillo— al Este. El artículo tocó fondo en 2019. 

Un diagnóstico del sector elaborado por el Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional (Inefop) indica que la participación nacional en la demanda interna cayó del 61% en 2010 al 19% en 2019. 

Las exportaciones, por su parte, se redujeron de 61 millones de dólares en 2010 a 10 millones una década después. 

“Los grandes talleres que había terminaron desapareciendo y la industria se convirtió en un montón de pequeños talleres con dos o tres personas, la mayoría trabajando a oscuras porque hoy es imposible sostener los impuestos en relación a lo que cobran”, describe. Ary Gandelman, presidente de la Cámara Industrial de la Confección. 

Distintas costureras estiman que un maquinista gana menos de 200 pesos la hora: “La aguja siempre ha sido lo más miserable, una empleada doméstica gana más que un maquinista”, dice Mónica Rodríguez, quien cose desde los 16 años. 

A su vez, la mitad trabaja desde sus casas, en particular, una tendencia que conduce a una alta informalidad -50%, según investigaciones de Inefop- va en aumento. Algunos dicen que ya ha subido al 70%. La crisis del sector textil local es tan grande que hasta las máquinas han perdido su valor en el mercado. 

Pero un motor arrancó de nuevo. 

Confiados en la capacidad de reconstruir el sector y en la necesidad de que esto suceda para acompañar el auge del diseño textil nacional, Inefop convocó una mesa de trabajo al gremio y la cámara que agrupa a los fabricantes para identificar desafíos y oportunidades en el sector. 

Y se creó un comité sectorial que definió una agenda de trabajo. Gandelman, desde la cámara, señala que con el objetivo de "reanimar la industria" primero se planteó la necesidad de formalizar los talleres que existen, "con costos lógicos, que acompañan lo que se puede pagar, y de ahí poder ser más visible y creciendo poco a poco, porque tenemos la cualidad de renacer". taller de costura 

La idea es volver a producir los uniformes de militares, policías y bomberos, ropa de hospital, como antes hacían Leticia y sus hermanas. 

¿Qué tan factible es el compromiso? 

"Hay voluntad", asegura el gerente. 

 Que sepa coser. 

Detrás de una montaña de jeans perfectamente apilados está Matías, de 24 años. Tu tarea es pegar los botones, las tachuelas, los grifos; corta los hilos que sobresalen de la ropa cuando llega de la lavandería industrial y revisa las costuras. 

Mira cada prenda durante varios segundos, y solo entonces la dobla y la agrega a la fila. Es tan detallista, que en Letso lo apodan "el cirujano". 

“Si me pasa algo, el cliente puede devolverlo y yo no quiero eso”, se justifica.

 Matías fue instruido por su madre, pero es más bien una excepción en este campo. Primero porque es un ambiente predominantemente femenino (el 78% de los trabajadores formales son mujeres), luego porque es joven y como se repite en los talleres, “la juventud ya no aguanta la aguja”. Y esto genera una sensación agridulce. 

 Antes esto era un oficio que se transmitía de generación en generación. "Abuela, madre e hija cosían. Pero ahora mi hija no quiere coser, quiere hacer algo en internet. Quieres enseñar a las niñas y se aburren. No les gusta. A las mujeres de hoy no les interesa sentarse a coser, ya no sienten que es algo profesional”, dice Fiorella Lomiento, jefa de una de las pocas fábricas textiles que quedan en pie. 

 Desde Inefop informan que en la ventanilla de entrada de desempleados y en el seguro de desempleo “las peticiones de gente para formarse en este ámbito son marginales”. De hecho, los centros educativos que enseñan diseño coinciden en que la demanda se ha disparado y ven como una buena noticia que sus alumnos estén pensando en grande. 

Susana Abella, de la Universidad del Trabajo del Uruguay (UTU), afirma que “el concepto de los cursos ha cambiado a un perfil profesional”. Y agrega: “He ido viendo que las alumnas tienen un plan para proyectarse más, no aspiran a coser para otra persona.

El egresado no es una persona que cose, sino que diseña, entre otras habilidades”. Se apuesta que desde la UTU, pasarán a hacer la carrera universitaria. Esa es una buena noticia, pero el tema es que si no se renueva la plantilla, 

¿Cómo afecta el desarrollo de decenas de empresas textiles que están surgiendo? 

A los proyectos incipientes se les advierte que la falta de costureras es un problema, pero hasta que llega el momento de buscarlas no miden cuán grave puede ser. 

“Del proyecto, la búsqueda de la modista fue lo más difícil. En un momento fue una odisea, terminé consiguiendo a través de contactos y después de estar buscando activamente durante dos meses. No encontré un taller, pero sí costureras que estaban a punto de jubilarse o que ya tenían encargos con diseños más sencillos que el mío, lo que hacía que en algunos casos no les interesara”, cuenta Daphne Kunstler, de Estudio Kunst. 

Ante esta dificultad, algunos diseñadores optan por producir puertas de interior. Clara Aguayo decidió que la mejor manera de tener autonomía creativa era aprender a coser ella misma. 

Estudió en la UTU. Al principio, él estaba a cargo de todo el proceso. Pero con el crecimiento de la marca, se sumaron un ayudante de taller y un ayudante. “Para el puesto de ayudante recibí más de 200 correos electrónicos, para el de operario de taller unos 15”, compara. 

De la merced es un negocio de ropa de dormir que surgió en marzo de 2020 y rápidamente encontró su audiencia. “A veces pensamos que tenemos que expandirnos, porque encontramos una demanda, pero no sabríamos quién fabricaría los productos para nosotros. Que hoy para nosotros es un ancla”, dice Marta Romero.

Cuando aumenta el volumen a fabricar, es más difícil encontrar un taller, coinciden los entrevistados. Si no hay otra opción, hay marcas que producen parte de sus prendas en la región, en Europa o en Oriente.

“Y así te atas a un ciclo negativo de producción que no es lo que quieres”, lo siento Estimado Criado. "Producir en India es difícil para mí. Ir a ver la producción ya es un gasto que aquí no tendría. Y las fábricas locales te permitirían, por ejemplo, financiación. Además de que para mí producir en el país es un plus. Tiene muchos beneficios producir en Uruguay, por eso es una pena que la falta de talleres sea un problema que nos afecta a todos los diseñadores”, dice.

Abrir un taller "bien hecho", "hoy sería una huella", dicen estos profesionales. Incluso, para este tipo de creaciones con mayor grado de detalle y calidad, ya está sobre la mesa la posibilidad de pagar mejores salarios a los maquinistas. Hay que hacer un cambio cultural en el campo, coinciden. Caro Criado

“Hay trabajo, pero lo que hace falta es acelerar el aprendizaje, perfeccionarlo, y no caigas en import por la facilidad de no saber como solucionarlo. Esta es una gran fuente de trabajo que necesita urgentemente una cabeza que piense cómo revivir el campo”, dice Vivian Sulimovich, creadora de la marca Zarvich. 

 Se podrían crear nuevos puestos de trabajo en torno a la aguja. 

Desde Inefop comunican que evalúan dos propuestas, una con el sindicato y otra con una marca de ropa nacional, para retomar el trabajo con la población privada de libertad; Ya cuentan con el aval del Instituto Nacional de Rehabilitación. 

Datos del Ministerio del Trabajo estiman que en 2021 había 5.000 trabajadores formales en el sector con un salario nominal promedio de 23.000 pesos. Sumando a los que trabajan “de negro”, el mundo de la costura ocupa unos 12.500 puestos de trabajo. 

Pero también hay que pensar en las transacciones colaterales: la fabricación de botones, grifos, empaques; soporte para ventas en línea, entrega para entregas.El sentimiento general es que si logras desenredar la situación, podrás crecer y trabajar mejor. Entonces las máquinas en los talleres posiblemente ya no estarán vacías. 

En Letso, la única que cose esta tarde es Blima. He estado cosiendo desde que fui a la escuela. Empezó a los 10 años, junto a sus dos hermanas, turnándose en la máquina de pedales para ayudar a su madre en los titánicos partos que le encomendaban con un plazo de dos semanas. 

"Dormíamos temprano en la mañana y íbamos a la escuela a la mañana siguiente. Mi padre dijo 'tú estudia corte y confección porque la gente siempre va a necesitar ropa'. Y estudiamos. Después, ayudábamos a mi madre a subir las bolsas al autobús ". Eran muy pesados .Mi padre no quería que mi madre trabajara, así que ella le dijo que cosía para chucherías. Pero después de que le dábamos las bolsitas, íbamos al almacén con el dinero que recogía y ella llenaba las bolsitas de comida: qué delicias, hacía para comer”, recuerda con una voz tan finita como un hilo. Las máquinas modernas tienen motores más silenciosos y son más fáciles de usar: colaboran con el movimiento del maquinista, por lo que son menos pesadas de usar.

“Ahora, cuando subo al autobús y miro las marcas en los pantalones que usa la gente, creo que podría haber hecho eso”, dice Blima y continúa cosiendo.

Leticia, la dueña de Letso, se sienta en otra máquina. Su ronroneo mecánico tiene el efecto de un bálsamo para ella.Si tiene un mal día, busca refugio en ese sonido, que siempre la ha acompañado. 

Dice: “Como hay gente que se junta alrededor del fuego para hacer la comida, en mi casa nos juntamos alrededor de la máquina mientras mi abuela cosía y nos contaba cosas. Entonces, empezamos a juntarnos alrededor de mi mamá y hoy soy yo la que cose y le explico a un niño cómo se hace. La máquina de, durante generaciones, genera charla. Así crecí: con mujeres cosiendo y siempre contando historias mientras manejaba la aguja”.

DIAGNÓSTICO 

Debilidades y fortalezas de un sector que se resiste a desaparecer 

El año pasado, Inefop citó al gremio ya la Cámara de Industriales para realizar un diagnóstico de la situación del sector.A partir de las reuniones se elaboró ​​una hoja de ruta. 

Entre las debilidades del campo se destaca la informalidad, la falta de redes y articulación entre pequeños talleres; la falta de materias primas locales básicas que nos obliga a importar y depender externamente de este insumo. 

También se mencionó la dificultad de ser competitivo con los grandes exportadores de productos en serie como China. La principal amenaza detectada es la pérdida de saber hacer por la desvinculación de trabajadores con conocimientos y la baja entrada de jóvenes en el sector. 

Por otro lado, entre las fortalezas se rescata que el sector atraviesa un muy buen momento de diálogo bipartito, “identificando puntos de encuentro y desafíos comunes”.También se aprecia la función social del sector en cuanto permite un gran acceso al empleo. 

Se destaca la calidad del producto nacional y su reconocimiento en el exterior. El sector cuenta con experiencia exportadora y contactos comerciales para una potencial exportación fuera del área. Finalmente, el documento identifica algunas oportunidades en el sector. 

Hay un escenario favorable para retomar la propuesta de contratación pública. A su vez, se identifican algunos nichos de mercado vinculados al diseño de indumentaria, donde es posible insertar, “esto implica redimensionar esta área dentro del sector”.

El diseño, como subsector, “se presenta como un sector dinámico, basado en modas y tendencias internacionales, que requiere flexibilidad y adaptación”.

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