Desafortunadamente, más de lo mismo. Las sanciones seguirán en pie, castigando más a la población que al régimen.
Continuarán las denuncias de torturas, desapariciones forzadas y asesinatos, prácticas que organizaciones como Human Rights Watch y la ONU han señalado una y otra vez.
La extrema pobreza seguirá arrasando con la mayoría del pueblo venezolano, mientras que aquellos cercanos al régimen continuarán enriqueciéndose. Maduro y Cabello seguirán controlando no solo al país, sino también los destinos de millones de venezolanos, el narcotráfico y una red de corrupción que ya trasciende las fronteras.
El éxodo tampoco se detendrá.
Con más de 7,7 millones de venezolanos fuera del país según ACNUR, y con muchos más buscando cómo salir, Venezuela se vacía lentamente. Solo los que tienen medios para emigrar podrán escapar de esta crisis sin fin.
Es claro que no se puede salir de un régimen como este con elecciones ni diálogos.
A los dictadores de izquierda no se los quiebra tan fácil: necesitan un golpe fuerte, respaldado por una parte significativa de las Fuerzas Armadas, o una intervención militar que cuente con apoyo interno.
Mientras eso no ocurre, Maduro seguirá al mando, protegido por intereses económicos y políticos que trascienden las fronteras venezolanas y una maquinaria represiva diseñada para mantenerse en el poder a toda costa. Lo que sucedió ayer no fue solo un evento político más. Fue el golpe final a la democracia en Venezuela. El último clavo en el ataque de un sistema que hace tiempo dejó de existir.
QEPD
Democracia en Venezuela.
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